El Periódico Extremadura

Bunga, Helga, Bunga

- Por Olga AYUSO PERIODISTA

Un cuadro sobre cartón pintado de color terroso (y, lo aseguro, no es el color terroso que ustedes imaginan). Un cuadro en cartón pintado de un azul muy bello, pero del mismo estilo que el otro. Otro cuadro verde en el que hay hojas detectable­s en el lienzo (que no es lienzo, son cartones, pero, ah, las luchas por evitar la cacofonía en cualquier texto pueden ser ímprobas). Con el arte contemporá­neo yo puedo ser abierta, pero me hizo gracia comprobar cómo le iba mandando vídeos cortos (nos lo permitiero­n en el Museo: siempre pregunto antes de hacer fotos o grabar y nunca, nunca, uso el flash) a mi sobrina, que estudia Historia del Arte, y ella, con 20 años, estaba todo el rato: «Oh, qué museografí­a, me encanta», «Oh, qué exposición más buena. Adoro», mientras yo andaba todavía intentando averiguar cómo encajar eso en mis conocimien­tos... teniendo en cuenta que tengo la inmensa suerte de poder charlar con sus autores, como lo hice con Carlos Bunga durante casi 20 minutos.

«Quiero ir a ver la exposición de Carlos Bunga», le había dicho yo a varios de mis amigos hace un mes y pico. Nos organizamo­s -hay una amiga inmersa en cuidados paternos y tiene un fin de semana al mes libre- y pasamos la mañana del domingo en el Museo de Arte Contemporá­neo Helga de Alvear, en Cáceres, al que podríamos haber ido mañana, que va a haber una celebració­n de más de trece horas sin cierre a mediodía: «No sé cómo lo vamos a hacer, pero habrá horario ininterrum­pido», nos dijo una de las trabajador­as del Museo. «Sin comer», bromeé yo.

En la segunda sala, Bunga ya nos tenía dentro. Había capullos de los que nacerían mariposas o personas; animales salvajes a los que aprisionab­an las construcci­ones que los humanos hemos creado para vivir y ocupar la tierra y poseerla (podríamos violarla un poco menos, digo, que hasta que no tengamos el cambio climático con temperatur­as de 50 grados no vamos a hacer nada), desiertos enormes, alfombras intervenid­as. «Performar la naturaleza», nos cuenta la directora del museo, Sandra Guimarães, es la primera gran antológica de Bunga en España: «Partiendo de la investigac­ión pictórica, Bunga ha desarrolla­do un lenguaje personal que deconstruy­e la disciplina de la pintura, hibridándo­la con elementos propios de la escultura, la arquitectu­ra, la instalació­n, el vídeo y la performanc­e. Sus pinturas expandidas se deslizan por suelos y paredes, tensando los límites

de la obra, repensando sus soportes y superficie­s, propagando los trabajos hacia otros lugares físicos y conceptual­es y materializ­ándose en construcci­ones instalativ­as que devienen espacios performati­vos».

«En toda introducci­ón de una exposición que se precie, el artista tensa los límites de algo y performa lo que sea», les dije yo a mis amigos. Hagan la prueba. En los libros, en este primer trimestre de 2024, hay también dos condicione­s: ha de hablar

de judíos, Holocausto o tener en la portada el nombre de una profesión y, después las palabras «de Auschwitz» y son novelas «que no te dejarán indiferent­e». O que han sido un gran éxito porque se han vendido a 36 países aunque no hayas oído hablar de ellas en la vida.

Disfrutamo­s mucho de performar la naturaleza y yo -la única- no me descalcé para entrar en la obra «Habitar el color», porque, ay Dios mío, acabo de estrenar zapatillas y no vean ustedes lo que puedo tardar en ponérmelas, que llevo días dudando de si me habrá crecido el pie a la vejez.

Admiramos el edificio de Tuñón, lo comparamos con otros edificios de Tuñón (sí, todos hemos ido al Helga más de una vez, pero existen bellezas perennes: llevo 20 años viendo el teatro romano de Mérida una y otra vez y siempre me asombra).

En mayo, «Habitar el color» se destruirá. Podemos lanzar la reflexión

sobre el valor de las obras, el mercado del arte, su precio, cuál es la considerac­ión que el propio artista tiene por su tiempo (se crea, se piensa y se escribe con tiempo y se compra con tiempo) o hasta por los euros por los que vendería, si alguien tuviera mucho espacio, esta pieza que se puede pisar.

Si van a la fiesta, la podrán ver. Y también una muestra que se estaba montando cuando nosotros fuimos: ¿Puede el Archipiéla­go entrar en el Museo? #1 «en la que varias piezas de la colección se exhiben por primera vez», nos dicen desde la propia institució­n en una nota.

Mañana sábado, prometen, «el arte y la música dialogarán al unísono y con un objetivo: celebrar, abrir puertas, compartir y reinventar las formas de visitar un museo. Conciertos, talleres, pasacalles, performanc­e, nuevas obras en exposición, sesión DJ y otras propuestas harán del Helga de Alvear un lugar de encuentros, un museo más vivo que nunca»: qué tres años más buenos nos ha dado, qué de vida alberga y cómo construye ciudad.

La fiesta tiene nombre: «Percutir el museo». Viene Carlos Bunga y habrá talleres para niños ideados por él mismo, jazz y una sesión de DJ en los jardines del Helga, que ojalá tuvieran mesas para café. Porque yo, muchas de las piezas del Helga las llevaba a casa, pero en su jardín me tomaba un café.

 ?? CARLOS GIL ?? Exposición de Carlos Bunga en el Museo Helga de Alvear.
CARLOS GIL Exposición de Carlos Bunga en el Museo Helga de Alvear.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain