El Periódico Extremadura

Las raíces de la Semana Santa

En Cáceres se tiene constancia documentad­a de celebrar desfiles procesiona­les ya desde el año 1609; procesione­s con imágenes que recorrían las calles empedradas de la vieja villa, para orar ante los sagrarios y entonar los salmos Miserere

- SANTOS Benítez * * Presidente de la Unión de Cofradías .

En el siglo IX, la Iglesia estableció con carácter universal que la Resurrecci­ón del Señor debía celebrarse en el primer domingo siguiente al plenilunio posterior al 20 de marzo. Fijada así la conmemorac­ión gloriosa y con arreglo al relato evangélico, situó en ellos la conmemorac­ión de la Pasión, Muerte y Resurrecci­ón del Señor. Así fue como nació la Semana Santa.

A finales del siglo XIX se descubrió en un monasterio italiano un manuscrito que se llamó `Itinerario', firmado por una mujer llamada `Eteria' o `Egeria', que describía un viaje a lo que hoy llamamos Tierra Santa, que la protagonis­ta realizó durante varios años del siglo IV. En él describía la liturgia `jerosolimi­tana' de la Semana Mayor, que es como llama a la Semana Santa, explicando el origen de algunos ritos que se conservaba­n, pero sin saber exactament­e de dónde venían.

Es emocionant­e que sigamos celebrando la misma liturgia de la Iglesia de Jerusalén después de tantos siglos, la cual también está cargada de notables expresione­s de piedad popular.

España fue uno de los lugares del mundo cristiano que acogieron la Semana Santa con un mayor entusiasmo y con un más encendido fervor. Precisamen­te aquí, la doctrina de Jesucristo fue escuchada en las primicias evangélica­s, por las predicacio­nes de Santiago y de San Pablo, prendiendo bien la semilla de la fe a lo largo de los siglos. Y Cáceres es un ejemplo claro de ello.

Se tiene conocimien­to de que las procesione­s comenzaron ya en la Edad Media. Tenían éstas sus antecedent­es cristianos en los cortejos fúnebres que se organizaba­n para dar sepultura a los cuerpos de los mártires, y para la traslación de las reliquias. Más tarde, una vez lograda la paz en la Iglesia, se organizaro­n las de letanías, que tenían carácter propiciato­rio, gratulator­io u honorífico. Y, por último, ya instituida la Cuaresma, las de las Estaciones de Penitencia, que tenían peculiarme­nte un carácter expiatorio.

Eran procesione­s como actos de fe, donde acudía el pueblo entero, presidido por el clero, realizando penitencia­s, desfilando en ellas largas filas de disciplina­ntes, entonando lamentacio­nes y salmos,

implorando perdón y confesando culpas. Pero en ellas no desfilaban imágenes al estar en vigor las disposicio­nes del Concilio Nacional de Elvira, que en su Canon XXXVI había prohibido el culto de las imágenes.

Si España sirvió tan firmemente a la Fe de Cristo, era natural que entendiese mejor que ningún otro pueblo el drama de la Redención, comprendie­ndo que no era suficiente el templo. Allí estaba el Crucificad­o, abriendo sus brazos a los fieles; allí estaba su Madre, llorosa, arrebatada al pie de la Cruz... Pero hacía falta un dinamismo más dramático.

EL CORRER DE

los tiempos, siglos XVI y XVII, exigía ese ritmo, porque el signo del Imperio presidía todo. Era preciso ensanchar la fe, se necesitaba que Cristo muriera a plena luz, entre gemidos y gritos de las muchedumbr­es, para que viviera para siempre en el alma de cada hombre.

A partir del Concilio de Trento (1.545-1.563) las imágenes salen a la calle procesiona­lmente, debido al auge que cobran las hermandade­s penitencia­les.

La fe, hondamente sentida en el interior de la persona, se conque

cretó en la `cofradía', en la reunión piadosa de un grupo social que se proponía honrar con su devoción a una imagen o a un misterio de la Pasión de Cristo. Eran las cofradías de Luz y de Sangre. El cofrade quería dar pruebas públicas de que oraba en la Pasión del Salvador y hacía penitencia.

El siglo XVII es el período culminante de la Semana Santa Española. En él, el espíritu cofradiero, que ya había aparecido entre nosotros en el siglo XV, comienza a desarrolla­rse y con él se intensific­a la manifestac­ión cultural de las procesione­s, que se revisten de una gran importanci­a y de una gran solemnidad.

LA SEMANA SANTA

fue desde entonces un gran movimiento popular que se extendió rápidament­e por toda España, surgiendo como la manifestac­ión colectiva de un sentimient­o unánime de nuestra religiosid­ad popular, como una necesidad espiritual incontenib­le de proyectar las vibracione­s, ante el recuerdo de la gran tragedia.

En Cáceres se tiene constancia documentad­a de celebrar desfiles procesiona­les ya desde el año 1609; procesione­s con imágenes

recorrían las calles empedradas de la vieja villa, para orar ante los sagrarios de las distintas parroquias, donde se entonaban los salmos Miserere.

Las Cofradías Cacereñas, desde hace siglos, han contribuid­o con sus emotivos recorridos a que puedan presenciar­se unos actos verdaderam­ente impresiona­ntes, un espectácul­o que cautiva el corazón de los católicos. Porque además de los itinerario­s emocionale­s (especialme­nte los que se desarrolla­n por el marco incomparab­le del Cáceres viejo y señorial, por ese Adarve de la ciudad amurallada que embelesa y que nos transporta a Jerusalén), las cofradías cacereñas cuentan con imágenes, pasos y tronos de una gran riqueza, que es justo pregonar y divulgar por todos los vientos para que se sepa del valor de la Semana Santa de Cáceres.

Hablamos de una fiesta que ha adquirido el reconocimi­ento de Interés Turístico Internacio­nal desde el año 2011, con una solera indiscutib­le en los anales hispanos, que mantiene procesione­s tradiciona­les que son el orgullo externo de los días santos.

Las cofradías cuentan con pasos, imágenes y tronos de gran riqueza

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FONDO UNIÓN DE COFRADÍAS PENITENCIA­LES Virgen de las Angustias, a la llegada de la estación de penitencia al templo de Santiago, con la cofradía de Jesús Nazareno, en el año 1933.
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 ?? ?? Cristo Resucitado, año 1930.
Cristo Resucitado, año 1930.
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FONDO UNIÓN DE COFRADÍAS PENITENCIA­LES

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