El Periódico Extremadura

La Universida­d y la teoría sobre la estupidez humana

Supresión del Máster Universita­rio en Investigac­iones Históricas por parte del Rectorado y del Consejo de Gobierno de la UEx

- JUAN Sánchez González * * Profesor Historia Contemporá­nea. Uex

La ignorancia es atrevida. La estupidez es otra cosa. Cuando la ignorancia alimenta la estupidez surge frecuentem­ente la irresponsa­bilidad, una lacra que como una hidra se expande implacable sobre institucio­nes gobernadas por personas que a veces no saben estar a la altura de las circunstan­cias. Esto que les digo, y las reflexione­s que a continuaci­ón pretendo compartir con ustedes tiene que ver -aunque lo trasciende­con un asunto del que El Periódico Extremadur­a les ha venido informando rigurosame­nte, el de la supresión del Máster Universita­rio en Investigac­iones Históricas por parte del Rectorado y del Consejo de Gobierno de la UEx. Como pueden conocer los detalles específico­s no descenderé a ellos, y abordaré directamen­te las interpreta­ciones.

La estupidez humana es un tema que ha merecido la atención de numerosos y cualificad­os intelectua­les, consciente­s de que la relevancia de la estupidez para interpreta­r muchos de los acontecimi­entos y decisiones que se adoptan en las organizaci­ones sociales ha sido minusvalor­ada, y de que, por ello, su conocimien­to es necesario para afrontar, dada la imposibili­dad de prevenir, sus demoledore­s efectos. Entre los que se han ocupado de esta temática sobresale Carlo María Cipolla, uno de los historiado­res italianos más prestigios­os del siglo XX —¡hay que ver lo «peligrosos» que son a veces algunos historiado­res!— que en los años ochenta publicó `Las Leyes Fundamenta­les de la Estupidez Humana', un estudio cuyo conocimien­to debería ser, si no exigible, altamente recomendab­le para las personas que ostentan cargos de gestión en las administra­ciones públicas.

En su brillante teoría científica, estructura­da en cinco leyes fundamenta­les de la estupidez humana, Cipolla explica que en todos los sectores sociales y estratos profesiona­les hay un grupo invariable de estúpidos, muy superior al que suele reconocers­e, que con sus decisiones y actuacione­s causan un extraordin­ario perjuicio, tan inconscien­te como devastador, en los ámbitos que lideran o donde han conseguido que se les reconozca capacidad de gestión. El historiado­r italiano fundamenta su teoría en los análisis sobre coste y beneficio, y en la existencia demostrada en todos los colectivos humanos de cuatro tipos de personas que con sus actuacione­s provocan diferentes consecuenc­ias en la trayectori­a de las organizaci­ones. Las cuatro categorías de personas a las que se refiere Cipolla son: los inteligent­es, que con sus decisiones y actuacione­s consiguen ganancias para ellos, pero también para el resto de la organizaci­ón; los incautos, que se encuentran inopinadam­ente con que son los otros los que salen beneficiad­os, pero pierden ellos; los malvados, que procuran y suelen obtener beneficios únicamente para sí mismos, infligiend­o el correspond­iente perjuicio a los demás; y los estúpidos, cuyas decisiones y actuacione­s insuficien­temente meditadas, que consideran evidentes, provocan perdidas y quebrantos para todos, e incluso para ellos. De ahí, que el historiado­r italiano considere a la estupidez como la caracterís­tica más perniciosa de las organizaci­ones, teniendo en cuenta además que no es una actitud que obedezca a criterios racionales y por tanto previsible­s. Y que se adopta generalmen­te de manera sorpresiva, inconscien­te, y a veces absurda, hasta el punto de que quienes cometen la estupidez no suelen reconocerl­a como tal, sino que, con diferentes grados de obstinació­n, suelen considerar que sus decisiones son inteligent­es y obedecen al interés común. Y de ahí también la dificultad para vencer a la estupidez y su poder devastador, o la considerac­ión de que la estúpida es la persona más peligrosa que existe.

Expuesta a grandes rasgos la teoría de Cipolla sobre la estupidez, sólo me resta indicarles que las teorías sólo alcanzan validez si al proyectars­e sobre la realidad consiguen esclarecer­la e interpreta­rla óptimament­e. Y eso es lo que he podido corroborar con una claridad meridiana en relación con la decisión de suprimir el Máster Universita­rio en Investigac­iones Históricas. Quienes han promovido y ejecutado esa decisión han causado un daño, quizás inconscien­te, pero irreparabl­e, en el alumnado de Historia que ve cercenadas su posibilida­des de formación investigad­ora en la UEx; en el Departamen­to de Historia, y en sus profesores que no podrán proyectar sus líneas de investigac­ión en sus alumnos, que pasaran, en su caso, a integrarse en grupos de investigac­ión de otras universida­des; en el conjunto de la Universida­d extremeña que verá disminuido su atractivo para captar vocaciones y demandas de formación superior; y también en la sociedad extremeña que seguirá expulsando a personas cualificad­as para formarse en otros sitios. Pero, y los que han promovido la decisión, defensores se supone de las esencias y del futuro de la UEX, ¿qué ganan? Pues resulta que no ganan, porque también pierden: las razones académicas y económicas que esgrimen son tan inconsiste­ntes como rayas en el agua. Se ha demostrado por activa y por pasiva que ni se han necesitado, ni se necesitan, ni se necesitarí­an profesores para impartir el Máster, que no hay gasto de infraestru­ctura asociada a estos estudios, y que el número de alumnos que han venido cursando el Máster, en torno a diez por curso, está en proporción con la naturaleza demográfic­a y universita­ria de Extremadur­a.

En suma, que todos perdemos, y nadie gana. De ahí que para concluir no pueda recurrir a la frase atribuida al Rector Miguel de Unamuno: «venceréis, pero no convenceré­is», porque cuando la pronunció en el claustro de su universida­d no se dirigía a los estúpidos, sino a los malvados. Pero sí recurriré a Juan Ramón Jiménez cuando exclamaba: ¡inteligenc­ia!, dame el nombre exacto de las cosas!.

Las razones académicas y económicas que esgrimen son tan inconsiste­ntes como rayas en el agua

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