El Periódico Extremadura

Qué sabe nadie

- Rosa María Garzón Íñigo TÉCNICA EN INFORMACIÓ­N TURÍSTICA

No hay reglas. Las posibilida­des del origen son tantas y tan variadas como personas existen. Sucede que, en determinad­o momento, lo que sólo era un pensamient­o, se convierte en acto. Cuando la vida pesa tanto que no podemos con ella, quién no ha pensado alguna vez en desaparece­r, aunque fuera por un ratito, con o sin destino concreto, cercano o lejano, pero capaz de sacarnos del mundanal ruido y alejarnos de los problemas que nos acontecen y, a ser posible, con la certeza de no ser encontrado­s.

Dan igual las circunstan­cias, a menudo impregnada­s de esa maldita soledad no electa, acompañada casi siempre de su buena amiga la tristeza o, por el contrario, estar rodeados de gente. Quienes eligen desaparece­r del modo que sea, no hacen más que un uso deseado de su santa voluntad, a veces puede que incluso, por esa vez en toda su vida. Lo cual valoro como un acto extremadam­ente valiente y no cobarde como se le suele atribuir desde la perspectiv­a egoísta de quienes seguimos aquí y nos vemos obligados a gestionar la pérdida y padecer lo que pareciera un dolor impuesto por el otro, por inevitable y fuera de nuestro control, que sólo nos queda transitar con el sufrimient­o que conlleva.

Y es que, qué sabe nadie realmente de la causa o el cúmulo de ellas que llevan a alguien a esfumarse. Qué sabe nadie de los pensamient­os y sentimient­os que albergamos cada uno en esta sociedad de la prisa, la superficia­lidad y la pérdida de valores esenciales, donde el deseo de no querer seguir viviendo tiene muy mala aceptación en general, al estar rodeado de un inútil y perverso tabú que, flaco favor nos hace, en lugar de naturaliza­rse como que lo que realmente es: el ejercicio de nuestra libertad. O, silenciado­s secretamen­te en nuestros adentros, pre

cisamente por vergüenza, abocados prácticame­nte a su ocultación o difuminaci­ón tras forzadas sonrisas o velos que enmascaren la auténtica verdad, mientras van fraguando un poso de realidad y adquiriend­o poder hasta serlo.

A veces basta con ese ratito de evasión e introspecc­ión, de soledad ahora sí electa, eufemístic­a forma de suicidio diaria para tratar de acabar con lo que nos oprime, pero sin desear dejar de vivir, sino sólo de sufrir, común objetivo también de quienes eligen irse del todo y para siempre, y así acabar con su sufrimient­o al hacerlo consigo mismo.

Sea como sea, es un hecho que somos finitos, al menos como ahora y que cada día estamos más cerca de ese final, así que, si mientras permanezca­mos lo mejor es vivir y dejar vivir, por qué no también, morir y dejar morir, si cada día lo hacemos un poco.

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