Qué sabe nadie
No hay reglas. Las posibilidades del origen son tantas y tan variadas como personas existen. Sucede que, en determinado momento, lo que sólo era un pensamiento, se convierte en acto. Cuando la vida pesa tanto que no podemos con ella, quién no ha pensado alguna vez en desaparecer, aunque fuera por un ratito, con o sin destino concreto, cercano o lejano, pero capaz de sacarnos del mundanal ruido y alejarnos de los problemas que nos acontecen y, a ser posible, con la certeza de no ser encontrados.
Dan igual las circunstancias, a menudo impregnadas de esa maldita soledad no electa, acompañada casi siempre de su buena amiga la tristeza o, por el contrario, estar rodeados de gente. Quienes eligen desaparecer del modo que sea, no hacen más que un uso deseado de su santa voluntad, a veces puede que incluso, por esa vez en toda su vida. Lo cual valoro como un acto extremadamente valiente y no cobarde como se le suele atribuir desde la perspectiva egoísta de quienes seguimos aquí y nos vemos obligados a gestionar la pérdida y padecer lo que pareciera un dolor impuesto por el otro, por inevitable y fuera de nuestro control, que sólo nos queda transitar con el sufrimiento que conlleva.
Y es que, qué sabe nadie realmente de la causa o el cúmulo de ellas que llevan a alguien a esfumarse. Qué sabe nadie de los pensamientos y sentimientos que albergamos cada uno en esta sociedad de la prisa, la superficialidad y la pérdida de valores esenciales, donde el deseo de no querer seguir viviendo tiene muy mala aceptación en general, al estar rodeado de un inútil y perverso tabú que, flaco favor nos hace, en lugar de naturalizarse como que lo que realmente es: el ejercicio de nuestra libertad. O, silenciados secretamente en nuestros adentros, pre
cisamente por vergüenza, abocados prácticamente a su ocultación o difuminación tras forzadas sonrisas o velos que enmascaren la auténtica verdad, mientras van fraguando un poso de realidad y adquiriendo poder hasta serlo.
A veces basta con ese ratito de evasión e introspección, de soledad ahora sí electa, eufemística forma de suicidio diaria para tratar de acabar con lo que nos oprime, pero sin desear dejar de vivir, sino sólo de sufrir, común objetivo también de quienes eligen irse del todo y para siempre, y así acabar con su sufrimiento al hacerlo consigo mismo.
Sea como sea, es un hecho que somos finitos, al menos como ahora y que cada día estamos más cerca de ese final, así que, si mientras permanezcamos lo mejor es vivir y dejar vivir, por qué no también, morir y dejar morir, si cada día lo hacemos un poco.