El Periódico Extremadura

¿Por qué eres cofrade?

Fe, espiritual­idad, anhelo, tradición o gratitud. Los motivos pueden ser varios, pero la esencia es la misma. Esencia que solo el que pertenece a una cofradía, sabe lo que significa. Se trata de un sentimient­o visceral, innato, humano...

- LORENA Alonso Rivas* * Psicóloga.

Yqué vas a hacer esta Semana Santa?». Así rompía el hielo mi fisio, a la que conozco desde hace poco más de un mes. «Pues nos quedaremos por aquí, es que en casa somos muy de cofradías. De hecho, mi marido y yo nos conocimos en una procesión». Y en su rostro apareció esa sonrisa cómplice: «Es que yo también soy cofrade». Y nuestra relación, buena, dentro de la cordialida­d, cambió en aquel momento. La veo de otra manera y sé que ella a mi también.

Y, en parte, esa es la esencia del sentir cofrade. Para la persona que participa de la Semana Santa, el ser hermano de una cofradía forma parte de su identidad, la tradición heredada de la familia o por afición. Es un vínculo emocional con nuestros seres queridos, con la gente que forma parte de la cofradía, es un signo de pertenenci­a sustentado bajo el ámbito de la fe.

Fe, devoción, anhelo o tradición... El motivo por el que llegamos a inscribirn­os como miembros de una cofradía en realidad son varios, un ente vivo en el que siempre acontecen un sinfín de fenómenos, basados en la naturaleza básica de que el hombre constituye un animal social.

Y es que dentro de una cofradía podemos encontrar dos tipos de grupos o de relaciones: El formal, bajo el refugio de los estatutos por los que se rige, los que establecen cierta jerarquía dentro de la hermandad o del papel que cumple cada uno dentro del desfile procesiona­l: quién lleva el primer tramo, quién coge las horquillas, e incluso quién se va a subir al paso a encender las velas apagadas por el viento... Un perfecto engranaje cuya razón de ser obedece a un objetivo en común y concreto.

Y en esa formalidad crece y fructifica a la vez una relación que se basa en la camaraderí­a entre sus miembros, dejando en un segundo plano todo lo anterior. Aparecen relaciones con un carácter informal, generando así un segundo grupo paralelo, liberado de normas y deberes, pero muy necesario. Si hay algo que fomenta la pertenenci­a a una corporació­n es la creación de lazos emocionale­s.

y relaciones que solo se pueden explicar desde lo que, desde nuestra profesión como psicólogos, denominamo­s `grupo de pertenenci­a', establecié­ndose una relación bidireccio­nal: la persona se siente parte de un grupo, y el grupo la reconoce como integrante del mismo. El grupo de amigos que surge a raíz de pertenecer a una cofradía se debe a esa interacció­n social constante durante el trabajo dentro y fuera de ella: montaje, triduos, desmontaje, procesión, ensayos, traslados en coche, café, cañas...

UNOS LAZOS

que muchas veces, al menos en nuestra caracterís­tica Semana Santa cacereña, se mantienen fuertes de año en año, momento en el que te vuelves a encontrar con esa persona de nuevo, pero a la que quieres, aprecias y sabes de ella en los previos a la procesión, con la que te fundes en un abrazo. Una amistad con alguien con la que generalmen­te solo compartes esos momentos durante la Semana Santa, pero que la sientes siempre cercana y con un profundo cariño. La pertenenci­a a un grupo, con un objetivo común, hace que dichas amistades tengan sentido a lo largo del tiempo.

Pero... ¿Qué es lo que mantiene a un número de personas unidas, más allá del ámbito de la fe o de la devoción hacia una imagen? ¿Qué es lo que hace sentir afines a seres sociales que, muy probableme­nte, si no fuera por pertenecer a una cofradía, tienen poco o nada que ver? Más allá de la fe, una hermandad compila una serie de fortalezas conexivas que permiten establecer y mantener ese vínculo.

La primera, y la más evidente y comprensib­le para todos, según recoge Antonio José Domínguez Luque en su libro `Psicología Cofrade', es la de la apreciació­n de la excelencia del momento álgido de emociones unánimes, ahogadas ante los sones de la banda cuando entona la última marcha antes de finalizar.

Gratitud ante el susurro (o no tanto) de hermano de carga a hermano de carga, de que hay un hoyo en el pavimento para no tropezarse, ante un compañero que te ajusta tu capuchón ladeado, o la sonrisa de una niña a la que le has arreglado su deshecho lazo morado... GRATITUD en mayúsculas, y que se respira y se siente en todos los miembros de la cofradía.

Estos lazos siguen con la esperanza de acometer proyectos de fuSensacio­nes turo y aportar el grano de arena personal para que la cofradía prospere: colaborar económicam­ente para la adquisició­n de unas nuevas andas o procurar que el hábito luzca bien planchado y limpio para que la procesión sea un ejemplo de orden y pulcritud.

Humor. Ese nunca falta. ('No sus fiéis de…').

Y, sobre todo, espiritual­idad. Espiritual­idad más allá incluso del ámbito religioso, aunque también lo incluye, abarcando conceptos como el sino y la providenci­a. Se trata de la convicción de que uno es cofrade por un motivo y que, si no lo fuera, habría algo en su vida que no tendría sentido.

Fe, devoción, anhelo o tradición... Los motivos pueden ser varios. Pero la esencia, la misma. Esencia que solo el que pertenece a una cofradía, sabe lo que significa. Es ese sentimient­o de todos a una, de HERMANDAD con letras de oro, en un momento de Nirvana (como dirían los budistas), en el que todos los corazones encajan en perfecta sintonía, sin ningún director de orquesta que los guíe. Es visceral, es innato. Es humano. Es sentido de vida.

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