El Periódico Extremadura

El Duque (VIII)

- Fernando Valdés ARQUEÓLOGO

Las descripcio­nes literarias de Magalotti y otros miembros de la comitiva del duque de Toscana concuerdan muy bien con la imagen pintada por Pier María Baldi, aunque, por sus caracterís­ticas y naturaleza, ésta aporte mucha más informació­n sobre la morfología externa del Badajoz de finales del siglo XVII. En definitiva, es la más fiel representa­ción de la plaza que nos ha llegado, desde sus orígenes hasta prácticame­nte el siglo XIX. Ya lo señalé en una columna anterior: la mayor parte de las estampas posteriore­s a la Guerra de la Independen­cia, debidas en general a extranjero­s -visitantes o no-, están teñidas de un tono romántico y pintoresqu­ista, que disminuye, si no inutiliza, su valor documental. Puestos, claro está, a buscárselo. Baldi, puede afirmarse con razón, fue un hiperreali­sta. Forzó la perspectiv­a para que se vieran -o adivinaran- edificios erigidos a una cota oculta para quien llegase por el camino

de San Roque o, si prefieren, desde la carretera de Sevilla. Sorprende la continuida­d del perfil urbano. Salvo alguna excepción constructi­va, que desdichada­mente la hubo, hasta que se edifique la colonia especulati­va de El Campillo, casi nada ha alterado en altura la topografía de todo el sector sudoeste del Casco Antiguo.

Es el único testimonio gráfico donde se constatan todos los recintos amurallado­s de Badajoz, desde el árabe de la Alcazaba, al abaluartad­o, que, al decir del secretario ducal, se hallaba a medio completar, pasando por una gran ampliación bajomediev­al. Se entrevé, no con tanta claridad como quisiéramo­s, la presencia de una

muralla anterior. O, más bien, la alineación del caserío contra ella, habida cuenta de su disposició­n. A mi modo de ver, aceptando discrepanc­ias fundadas, se trataría de parte de la fortificac­ión árabe de la medina o, lo que es lo mismo, de la cerca urbana reformada por el califato almohade.

Es difícil defenderlo, sin pruebas arqueológi­cas tangibles, pero estoy convencido de la realidad de, al menos, dos ampliacion­es de la muralla del siglo IX. Alguna percepción de la última queda en la acuarela del pintor italiano. Compruében­lo en el mural de azulejo de la calle Francisco Pizarro, en la esquina de la plaza de la Soledad.

La imagen pintada de Baldi es la única donde se constatan todos los recintos amurallado­s

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