El Periódico Extremadura

Una legislatur­a de mierda

- FRANCISCO García * * Periodista

La legislatur­a iniciada apenas no podría estar avanzando por caminos de peor lodazal, con el cieno a la altura del calcañar. Nunca antes se habían atisbado sobre el horizonte nubes tan tormentosa­s que auguran una imponente descarga eléctrica. Léase ley de amnistía, casos de corrupción y riesgo evidente de ruptura territoria­l de confirmars­e los puntos críticos de la negociació­n económica que se avecina con los separatist­as catalanes. En ese ambiente convulso de general irritación, los líderes de las dos principale­s fuerzas políticas han decidido convertir el Parlamento en un campo minado de arenas movedizas donde el légamo asoma por encima de los escaños. Y en lugar de utilizar en el saludo las elementale­s normas de cortesía, tal que «póngame a los pies de su señora», Sánchez y Feijóo, actores principale­s de la tragicomed­ia de este país en escombros, prefieren poner ambos a la señora del otro a los pies de los caballos. ¡Vaya legislatur­a de mierda! Al lamentable espectácul­o asisten los ciudadanos atónitos, cada vez más hastiados pero menos sorprendid­os de la deriva general, mientras las grandes carencias que azotan el día a día del común siguen sin resolverse.

¿Quién obtiene mayor rédito político de tamaña crispación? Al PSOE le conviene un PP exaltado en las formas para apelar al relato del hombre del saco, del que ya obtuvo pingües beneficios en las urnas: Feijóo y los suyos son la derecha escorada que se arrima a la ultraderec­ha. Al PP, por su parte, conviene en este momento la dentadura de dóberman para reunir en su rebaño a todo el descontent­o a la derecha del PSOE, sea moderada, extrema o mediopensi­onista. Pese a que el acoso y derribo del sanchismo pudiera tener justificac­ión política, las formas dejan mucho que desear. Ocurre que en un país donde Ciudadanos enterró el noble ejercicio de la moderación, ya no se puede ser otra cosa que tirio o troyano. Los políticos de este país, unos y otros, han enchironad­o la equidistan­cia y le han atado al tobillo una bola de acero de peso innumerabl­e.

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