El Periódico Extremadura

España y Cataluña bajo los ojos de Madison

La solución no dene ser más descentral­ización, aunque quizá sí más federalism­o del original

- ENRIQUE Pérez Romero* *Doctor en Comunicaci­ón audiovisua­l.

James Madison (1751-1836) fue algo más que uno de los padres de EE.UU. El corazón del sistema político del país (federalism­o, bicamerali­smo, separación de poderes, frenos y contrapeso­s) nació en gran parte de aquel abogado virginiano, hasta el punto de que, en Ciencia Política, se denomina «sistema madisonian­o». Además de jurista y teórico político, Madison también fue el cuarto presidente de EE.UU. (1809-1817). Desde esa posición, sus políticas se dirigieron siempre a fortalecer los poderes del gobierno central.

El debate sobre la forma de organizaci­ón territoria­l de los pueblos viene siendo uno de los más prolongado­s en el tiempo, uno de los más duros y uno de los que ha demostrado mayor capacidad de desestabil­ización y conflicto.

El federalism­o es, básicament­e, una «anomalía» en la organizaci­ón de los estados, pues solo 24 de los 193 reconocido­s (12%) se organizan así. Aún más anómalo es en Europa: 5 de 44 (11%). Algunos países muy extensos que, entre otras razones por su magnitud, han acumulado mucho poder e influencia —singularme­nte, EE.UU. y Rusia— optaron por ese modelo, y eso le otorgó al federalism­o un prestigio que no siempre se correspond­e con sus resultados y que, desde luego, no es aplicable a cualquier país ni en cualquier momento.

Además, como ha ocurrido con tantos conceptos políticos, el federalism­o se ha ido contagiand­o de numerosas ideas contaminan­tes que han ido diluyendo su esencia hasta su práctica disolución en el imaginario colectivo. A día de hoy, el federalism­o aparece en las mentes de los ciudadanos como un proceso de centrifuga­ción del poder, que además debe ser asumido bajo el dogma de lo políticame­nte correcto como algo bueno, porque alude a ideas abstractas como tolerancia, diversidad, convivenci­a, consenso, generosida­d y tantas otras.

LA REALIDAD, COMO

bien entendió James Madison, que fue casi quien inventó el federalism­o moderno, es que este sistema necesita un elemento esencial para que funcione: un estado central lo más fuerte posible. No se trata de descentral­izar el poder, sino de compartirl­o desde el centro. De hecho, federar es sinónimo de unir, no de separar. Es la unidad, y no la segregació­n, el objetivo último del federalism­o.

Por desgracia, el asunto territoria­l es el que peor quedó diseñado en la constituci­ón española de 1978. Siendo estrictos, hay que decir que ni siquiera quedó diseñado, sino más bien, simplement­e esbozado. Las generacion­es posteriore­s hemos heredado un gravísimo problema de esta debilidad constituci­onal. Ante el que históricam­ente venía siendo uno de los más graves problemas de la nación española, la Transición solo supo llegar a un acuerdo de mínimos que lo dejaba todo prácticame­nte abierto.

España no figura en la lista de países federales, pero, en la práctica, es uno de los que tiene el poder más descentral­izado del mundo. Precisamen­te porque descentral­ización no es sinónimo de federalism­o, sino, en algunos casos, todo lo contrario. Incluso en Suiza, que se puede considerar más un país confederal que federal, con gran autonomía de los cantones, el poder central tiene absolutame­nte blindadas numerosas competenci­as exclusivas que garantizan la soberanía nacional.

El problema catalán es solo un síntoma de la enorme debilidad española en este terreno. La ocurrencia electoral de ERC de proponer un concierto y cupo catalán no es sino una vuelta a 2012, cuando el rechazo a esta idea por Rajoy dio origen al proceso independen­tista; lo peor es que ahora, por sus necesidade­s para mantenerse en el poder, quizá Pedro Sánchez lo acepte, abriendo otra vía de agua en la soberanía del país. Todo la parafernal­ia guiñolesca en torno a Puigdemont —que, como tantas otras patochadas históricas, puede acabar en tragedia— no es sino el estertor de una gran dolencia nacional convertida en caricatura.

España tiene un gravísimo problema pendiente que debe solucionar pronto si no quiere irse, como nación, por las cañerías de la historia. Y esa solución no pasa ni debe pasar por más descentral­ización, aunque quizá sí por más federalism­o, del madisonian­o, del original, del bueno, es decir, por el fortalecim­iento de un estado central convertido hoy en un guiñapo.

El asunto territoria­l es el que peor quedó diseñado en la constituci­ón española de 1978

 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain