La autoexigencia
na joven madre, inteligente, trabajadora, culta, con estudios universitarios, competitiva, luchadora, activa, y especialmente educada y amable, acude a consulta coUmentando,
de forma sumisa, triste, y retraída, que ha tenido el primer hijo, recibido con enorme alegría, por lo deseado y esperado, incluso con cierta ansiedad, pero que no sabe porque se siente inútil, impotente, e incapacitada para resolver los problemas derivados de la atención del niño, no sabe pensar, estar o decidir, se siente como embotada.
Es algo que dice no poder entender, ni puede llegar a comprender a pesar del enorme esfuerzo que ha venido realizando por conseguirlo. «Siempre he sido alegre, con muy buen aprovechamiento escolar, obteniendo una licenciatura con doctorado, con la máxima nota, siempre he ejercido de referente del grupo, me he sentido bien adaptada y con muchas amistades, amigos y amigas, con un matrimonio ideal, fruto de una relación que nació en la universidad, a lo que debo de sumar una oposición con verdadero éxito, que culmina con un ejercicio profesional muy productivo, y en el que me siento satisfecha, con un casamiento ideal, ocurrido en el tiempo que deseaba».
En el trabajo se encuentra satisfecha, el matrimonio funciona especialmente bien, el amor, comprensión, colaboración, y compromiso mutuo es óptimo, planificando el nacimiento del hijo en el momento más adecuado, cuando ambos tienen empleo fijo. Sin embargo el grado de incapacidad que en estos momentos siente, es tan exageradamente grande, que la paraliza, por lo que ha tenido que acudir su familia en su ayuda, y aún así se siente mal, porque esta situación de ayuda, tendrá algún día su fin, y se quedará nuevamente sola, y ahora mismo entiende que no sabrá responder a las necesidades del momento.
Se queja porque entiende que ella siempre ha sido capaz de todo, ha resuelto muchos problemas sin ayuda de nadie, además se define como muy responsable, y autoexigente, no puede tener nada pendiente, el amor al trabajo bien hecho, la exigencia de un orden, es casi desproporcionado, pero en este momento no sabe estar a la altura de lo que se espera de ella.
La impresión es de desolación, primero por no saber responder al compromiso del nacimiento de su hijo tan deseado, y segundo por no entender el cambio en su vida. Desorientada, perdida, confundida, y hundida, sin fuerzas ni deseos de seguir, solicita ayuda, primero para entender lo que le ocurre, que considera inesperado y desgraciadamente sorpresivo, y después, para intentar subir al peldaño tan amable, desde el que observaba el mundo y que le hacía tan feliz.
Estamos frente a una forma de ser, autoexigente, resuelta, perfeccionista, híperresponsable, puntual, que se fustiga con facilidad, cuando no consigue el objetivo deseado. Con este tipo de comportamiento, hasta el día de la fecha ha conseguido todo, o casi todo. De ahí que esperara que el parto, y primeros cuidados del bebé nacido, respondieran a criterios planificados y ordenados, tal y como ella siempre había hecho. Pero los niños no son máquinas, ni jamás dan la respuesta que se espera, caminamos aprendiendo entre sorpresas.
Una relación con un bebé no es jamás rectilínea, tiene muchas curvas en las que hay que tener templanza, serenidad y paciencia. La esencia es, primero, adoptar una actitud de vigilancia, el niño está situado en un estado de necesidad y dependencia, y segundo, flexibilidad, amor, y adaptabilidad. Desde el principio, la esencia es el niño, no el orden, la limpieza, o las normas, sabiendo, que toda madre por instinto, si no sufre de alguna enfermedad, es capaz de dar a su hijo lo que necesite, el lenguaje del gesto la guiará, y sabrá siempre sin dudar, cual es la respuesta correcta en cada momento.H
Una relación con un bebé no es jrectilínea, tiene muchas curvas en las que hay que tener templanza y paciencia