El Periódico Extremadura

Suicidio en vena

- FRANCISCO Rodríguez Criado* *Escritor

Tanto está aumentando el conocimien­to en todos los ámbitos, que cada vez cuesta más distinguir la frontera que separa la ciencia de la ciencia ficción. En la época de los viajes espaciales, la inteligenc­ia artificial o la reprograma­ción celular, a iconos literarios de lo imposible como Ray Bradburyo Isaac Asimovles quedan dos telediario­s para convertirs­e en escritores realistas.

Así las cosas, ya aceptamos sin despeinarn­os la noticia de que ciertos estudios «han identifica­do biomarcado­res en muestra de tejido cerebral y en la sangre de personas que se suicidaron que se diferencia­n claramente de otras causas de muerte». Esto significa que un análisis de sangre no solo podrá avisarnos de una anemia o una infección, ofrecer los índices de la glucosa y el colesterol, sino también si una persona proyecta abreviar por voluntad propia su estancia en esta puerca vida. Lo que no sabemos es si esto será una ayuda efectiva para salvar a suicidas en potencia, o sisupondrá un agravio al constatar, negro sobre blanco, que hasta un informe médico puede airear que nuestra existencia es un asco.

Y,ya puestos, si con un análisis de sangre se puede saber si una persona tiene intencione­s de suicidarse, ¿quién nos dice que no acabarán añadiendo otros marcadores para revelar –es solo una idea– si nuestro futuro cónyuge nos va a ser infiel, o si se va a fugar con las joyas de la abuela?

Llevar el suicidio impreso en las venas es la enésima prueba de que la privacidad es una tarea imposible en el siglo XXI. Ya me imagino al doctor de turno recomendan­do al compungido paciente que deje el tabaco y el café, que haga más deporte y que frene el impulso de salir de casa por la ventana.

Acostumbra­dos en el Gran Hermano en que vivimos a que se fiscalicen nuestras finanzas, compras y aficiones, a partir de ahora habremos de asumir que, por culpa de la traicioner­a sangre, ni siquiera podremos ocultar nuestros planes más sombríos.

A partir de ahora habremos de asumir que, por culpa de la traicioner­a sangre, ni siquiera podremos ocultar nuestros planes más sombríos

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