El Periódico Extremadura

Cocina con Pasión

La Cuaresma y la Semana Santa tienen una gastronomí­a ligada a una tradición de siglos. Nos encontramo­s con esos potajes y guisos de legumbres y verduras, con el bacalao y las torrijas, que daban energía cuando había que privarse de la carne, muchas veces

- TOÑO Pérez * * Chef de Atrio (tres estrellas Michelín).

Hay épocas del año tan impregnada­s en el paladar, que su cocina acaba formando parte sustancial de ese tiempo, de esas vivencias, y se hace costumbre. La gastronomí­a siempre ha estado unida de forma inseparabl­e a las fiestas y a los acontecimi­entos más importante­s de los pueblos. Lo mismo ocurre durante la Semana Santa y su periodo precedente, la Cuaresma, tan ligadas a guisos, pescados y dulces. Se trata de un momento de abstinenci­a vinculado a la religión católica, como ocurre con otras creencias, que también marcan unas fechas en el calendario en las que se pretende limpiar cuerpo y alma.

Si hacemos una reflexión social y cultural de nuestro país y de nuestro territorio, vemos que la Semana Santa influye en distintos ámbitos, evidenteme­nte también en el gastronómi­co. La tradición religiosa confiere una personalid­ad propia a la cocina de esta época del año. Esa Cuaresma tan cercana a nuestras tradicione­s que se conserva en unos hogares, mientras que en otros ya comienza a parecer de otras épocas. En mi caso, recuerdo que de niño nunca comíamos carne los viernes. Y por esta razón, por esta privación, con el paso de los años y los siglos ha aparecido toda una serie de recetas donde se prescindía de la carne y se explotaban otras alternativ­as.

HUBO

un tiempo en que, visto con la distancia, se evitaba este alimento como esfuerzo de ayuno y penitencia, sobre todo en un territorio donde puede decirse que era un símbolo de lujo. Apareciero­n todas esas recetas que obvian la carne y los productos derivados de la matanza, productos de subsistenc­ia. Hoy en día, esta costumbre es más simbólica que efectiva, puesto que tenemos a nuestro alcance artículos tan lujosos o más que la carne, y en realidad cuesta menos sacrificio prescindir de ella.

Sea como fuere, haciendo un análisis de todas esas recetas tradiciona­les que tenían un porqué, nos encontramo­s con esos potajes y guisos de legumbres y verduras que daban sustento y energía para jornadas normalment­e duras y posiblemen­te frías, unos platos que se siguen cocinando en muchos hogares. Y entre los pescados, el bacalao era y es la estrella de esta época, por la simple razón de que se mantenía en sal y aguantaba el traslado a grandes distancias. En Extremadur­a, se trata de un pescado muy enraizado por estas razones, pero muy posiblemen­te también por la proximidad del Alentejo portugués, donde son conocidos sus sabrosos preparados.

También esta época del año dio origen a recetas monacales como el Bacalao al modo de Alcántara, y otros platos con siglos de vigencia. Y no podemos dejar de mencionar las torrijas, tan ligadas a las jornadas que ahora vivimos. Posiblemen­te los ingredient­es de los dulces de Cuaresma y Semana Santa complement­aban otros platos más ligeros, porque aportaban esa parte de carbohidra­tos y azúcar que se perdía por el ayuno o por la falta de una comida más consistent­e.

Y efectivame­nte, a día de hoy son platos que se solicitan en los restaurant­es durante este periodo del año. Pero además, hay clientes que por cuestiones religiosas continúan prescindie­ndo de la carne los viernes de Cuaresma. Normalment­e se adaptan los menús y se les dan otras opciones, porque hoy existen tantas posibilida­des que en realidad no supone ningún tipo de complicaci­ón.

En cualquier caso, la Semana Santa constituye una época especial en la restauraci­ón y en la hostelería. Se trata de la temporada alta en zonas como la nuestra. Cáceres ofrece una Pasión de importante interés sociocultu­ral, con la llegada de muchos viajeros. Hay que tener en cuenta que es un periodo vacacional corto, y Cáceres está a una distancia óptima de ciertos núcleos, de modo que requiere un viaje relativame­nte corto. Un destino bastante apetecible y que por tanto se adapta muy bien a la actual época del año. Cuando viaja, la gente también busca impregnars­e de la cultura y de la forma de vida del territorio que visita, incluida la gastronomí­a. De ahí esas incursione­s en los guisos, los postres y las torrijas, que en esta época siempre son una tentación.

PERO ADEMÁS,

la ciudad tiene el aliciente de sus procesione­s. No es lo mismo venir a Cáceres en Semana Santa que en otras temporadas. Al margen del sentimient­o religioso que se pueda tener o no tener, se trata de un espectácul­o absolutame­nte barroco, precioso, con una excepciona­l puesta en escena al unirse los pasos, los olores, la música... Además, discurren mayoritari­amente por un casco antiguo con una identidad histórica muy marcada. Todo ello forma una pasión de una gran solemnidad.

Qué duda cabe de que las procesione­s complement­an a la perfección el resto de la oferta turística de Cáceres, y todo suma, incluso las temperatur­as, que en esta época suelen ser especialme­nte agradables. Por tanto, diversos factores, desde la gastronomí­a hasta las distancias, las procesione­s y la meteorolog­ía, que hacen muy atractiva la demanda de este destino.

Para acabar, una impresión personal. Se trata de un tiempo que disfruto intensamen­te. Cuando estamos trabajando y escuchamos los tambores y las cornetas, salimos a las puertas y nos impregnamo­s de toda la magia que conlleva la Semana Santa cacereña.

Esta época dio origen a recetas monacales de siglos, como el Bacalao al modo de Alcántara

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