El Periódico Extremadura

Menos mal no es lo contrario de más bien

La pregunta es si la denuncia contra su mujer ha sido realmente la causa de su sobreactua­ción o ha sido el golpe más certero de una piqueta para demoler su resistenci­a política

- ES DECIR DANIEL SALGADO Daniel Salgado es funcionari­o

Una observació­n (por empezar por algún sitio): durante estos cinco días de espera, al presidente se le ha dejado de llamar ‘presidente del Gobierno’ y, tanto los medios de comunicaci­ón como los ciudadanos, se han referido a él como Pedro Sánchez (y, entre los ciudadanos, igual los contrarios que los favorables, es decir, los contrarios a que dimitiera y los favorables a que lo hiciera, aunque estos últimos, es de suponer, lo habrán mentado con alguno de sus motes, animalitos). En este sentido, y aun a riesgo de dar pábulo a la metáfora del ‘descendimi­ento’, Pedro Sánchez ha descendido desde la condición de político con cargo de presidente hasta la de hombre común con dudas, sin que esto sirva, como se acaba de advertir, para hablar de cosas raras como que «se ha visto su lado humano» o que sufre porque, pese a todo, es un ser humano, o sea, «un hombre que es en verdad un animal / y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza», por decirlo con Vallejo y el permiso de Jorge Bustos, consideran­do en frío.

Cuando Pedro Sánchez anunció: «Necesito… preguntarm­e si merece la pena… seguir al frente del Gobierno o renunciar», no lo hizo porque ya tuviera decidido que iba a dimitir (y lo anticipaba así, con tacto, suavemente, sin brusquedad, para que se fuera asimilando), sino que lo hizo para dudar. No había tal decisión, ya que las decisiones, si son decisiones y no otra cosa (pareceres, por ejemplo, que es justo lo que ha sido: un parecer que), son tan incontesta­bles como los sentimient­os. Y esto se entenderá mejor precisamen­te con el sentimient­o amoroso, aprovechan­do que Pedro Sánchez decía en su carta que está profundame­nte enamorado de su mujer (como si hubiera escrito la carta en papel cuché, o destinada a la ‘prensa del corazón’). Así, del mismo modo que no hay argumentos ni razones capaces de hacer que alguien se enamore de una persona de la que no está enamorada, mucho menos los hay para que se desenamore de la persona de la que sí está enamorada. Tal cual las decisiones, incontesta­bles, si lo son de verdad. Y la pregunta ahora no es si Pedro Sánchez se retiró a dudar entre el amor por su mujer y ser presidente del Gobierno. (Burdo, pero posible).

La pregunta es si la denuncia contra su mujer ha sido realmente la causa de su sobreactua­ción (refunfuñon­a, sí, pero han sido cinco días de especulaci­ón, esto es, cinco de distracció­n) o ha sido el golpe más certero y destructiv­o de una piqueta que está golpeando hasta la demolición su resistenci­a política (o sea, moral), empezando por una investidur­a lograda a cambio de una ley de amnistía, seguida (non sequitur, ojo) por un mal resultado electoral en Galicia (por no hablar del voto del País Vasco: casi el 70 por ciento nacionalis­ta), la renuncia a aprobar los Presupuest­os y la presunta trama de corrupción que afecta a miembros del Gobierno. La denuncia contra su mujer sería la culminació­n, desde luego, por más que no haya indicios de delito que justifique­n su imputación por tráfico de influencia­s o de corrupción por su relación con empresario­s y la concesión de dinero público a sus empresas. Pero es una denuncia que probableme­nte no tenga recorrido penal.

¿A qué, entonces, esa sentimenta­lización de la política? ¿A qué ese victimismo de que sufre una persecució­n de la derecha y la ultraderec­ha cuyo origen sitúa en «una galaxia digital ultraderec­hista» y en «una constelaci­ón de cabeceras ultraconse­rvadoras»? ¿Por qué ese bochorno? ¿Acaso necesitaba la adhesión de la calle, los sindicatos, la cultura, la fidelidad a gritos del partido? ¿Precisaba ‘la aclamación del líder’, con las reminiscen­cias que eso tiene? ¿Y por qué en su carta personaliz­aba a la vez que generaliza­ba, es decir, por qué sugería que sus problemas (reales, sin duda, y no solo políticos) son problemas para la democracia y que quienes le atacan a él están atacando a la democracia («L’État c’est moi», dijo un pomposo de dieciséis años en el Parlamento francés)? ¿Para qué, en fin, esta reclusión y esta espera? El que decide dimitir, como el que decide suicidarse, no se concede unos días para reflexiona­r si lo hace o no. Así que si ha habido alguien que creyera que Pedro Sánchez dimitiría es que no leyó el editorial del diario ‘El País’ el día después del anuncio del retiro. Esta frase: «La trayectori­a de Pedro Sánchez se ha caracteriz­ado por su querencia a los golpes de efecto…». Su querencia. Golpes de efecto. Si una tarde de abril un presidente….

El que decide dimitir, como el que decide suicidarse, no se concede unos días para reflexiona­r si lo hace o no

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