El Periódico Extremadura

Plaza de Santa María, crisol de culturas

Tras la misa en honor a la Virgen de la Montaña, la ciudad monumental se llenó el sábado de viajeros de todos los países, que disfrutaro­n de ‘El Redoble’ en ese entorno único

- ZONA ZERO JUAN JOSÉ VENTURA Juan José Ventura es periodista.

«¡Así se baila!», grita una mujer que sobrepasa los noventa años y su voz resuena en la plaza de Santa María con fuerza inusitada. Junto a su hija elogia con vehemencia los bailes del grupo de coros y danzas que, tras la misa extremeña cantada en honor a la Virgen de la Montaña, ha salido a la calle a mostrar su arte. Se ha formado un gran corro en la plaza, en una tarde que alterna lluvia de calabobos con cielos luminosos, de un sol lacerante, pero que aún calienta poco.

La liturgia de Cáceres con su patrona tiene estos momentos, en los que la ciudad antigua se convierte en crisol de estampas que alternan pasado con futuro. Mientras el fervor de los devotos tiene ese regusto a tradición antigua, los turistas recorren las calles de la ciudad vieja con ojos asombrados, como si ese contraste entre las piedras medievales fuera una especie de aparición confirmada por atávicos cánticos. Suena El Redoble en la plaza, himno oficioso de Cáceres, y es el acabose. En los danzantes hay una sonrisa perenne. Es la alegría por saberse depositari­os de un conocimien­to único que no puede ni debe perderse en la niebla de los días. A su lado pasan viajeros de Portugal, Italia, e incluso Francia. La ciudad monumental es un crisol de lenguas, una ‘minitorre’ de Babel que se llena del colorido de los trajes folclórico­s. La tarde se despeja por fin y los nubarrones se disipan. La ciudad, sumida entre el pasado feliz y el presente turístico, vuelve a sus afanes. Nunca podremos agradecer el trabajo que hacen las asociacion­es que mantienen en folclore local en nuestros pueblos y ciudades. La llama de la tradición no puede extinguirs­e. Es un patrimonio que nos compete a todos respetar y promover.

Cáceres se llenó el sábado de adolescent­es en busca de su primer amor, víctimas de ese sarpullido delicioso que solo el despertar regala a quienes esperan con fruición la primavera.

Mientras tanto, en la ciudad antigua resuenan los vítores a la patrona, envueltos por el fervor y el cariño, gritos, como los de aquella señora de noventa años, que recuerda sus años de juventud mientras bailan la jota cacereña ante sus ojos empañados por las lágrimas..n

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