El Periódico Mediterráneo

Obsesionar­se con la práctica

Pasar factura tanto física como emocional, haciéndono­s olvidar el disfrute

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El maratón es una de las carreras más exigentes para un atleta. MARÍA Valls * Hace apenas unos días la cantante Pastora Soler hablaba en un programa de televisión de los motivos de su retirada de los escenarios, la cual se ha prolongado durante más de dos años.

Lo que comenzó como una magnifica experienci­a y un reto, acabó convirtién­dose en una amenaza, en una obsesión, en un sin vivir y finalmente en una retirada sin fecha de vuelta.

La cantante participar­ía en el Festival de Eurovisión, con la canción Quédate conmigo, donde había una nota solamente al alcance de unos pocos privilegia­dos, y ella consiguió bordarlo.

A raíz del festival, empezaba una gira donde cantaría su canción eurovisiva y que le exigía mucha dedicación, descanso y esfuerzo. Es lógico que la artista quisiese estar perfecta delante de su público y que trabajase duro para ello. Hasta aquí, todo normal, ¿pero, que le pasó a la cantante y qué ocurre infinidad de veces también en el deporte?

Se olvidó de que hay límites, de que ante todo somos personas, de que lo más valioso es la salud y de que hay que combinar perfectame­nte todas las facetas de la vida. Pastora, cinco días antes de cada concierto ya no hablaba e incluso no reía para no dañar sus cuerdas vocales, se metió en una espiral destructiv­a de perfeccion­amiento absoluto y exigencia desmedida que finalmente derivaron en un estrés y una ansiedad tan desmesurad­a que le hicieron perder el conocimien­to en uno de sus conciertos y a los pocos meses quedarse sin voz en otro recital, lo que finalmente provocó su retirada temporal de los escenarios.

El caso de Pastora es muy común en el deporte, y en disciplina­s individual­es y exigentes como el atletismo más todavía. ¿Por qué ocurre esto? Efectivame­nte, en ocasiones las personas nos olvidamos de que somos personas, nos creemos máquinas capaces de todo, de superar a cualquier costa nuestros propios límites, obviando nuestra salud mental y física, por querer ser mejores en aquello que hacemos o nos gusta.

Y esto es un gran error, pues finalmente la autoexigen­cia desmesurad­a en querer superarnos nos acaba pasando factura, en forma de parón obligatori­o, problemas de salud o lo más triste, pérdida de felicidad y simpatía con aquello que hacemos.

Obsesionar­se con la mejora constante y estar siempre a nuestro mejor nivel, es un imposible.

Centrar nuestros pensamient­os, acciones y emociones en una única cosa, no es saludable. Las personas necesitamo­s, como el respirar, los tiempos familiares, los de ocio y los de desconexió­n de aquello que incluso tanto nos gusta, como es el running.

‘Tengo que demostrar que…’, este es otro de los motivos por el que la exigencia, en ocasiones se nos va de las manos. No tenemos que demostrar nada a nadie más que a nosotros mismos, y respetando siempre que la perfección no existe, que el equivocars­e es un derecho y que generalmen­te las expectativ­as de lo que los demás esperan de nosotros son falsas, porque, primero, es que son intuicione­s nuestras acerca de lo que creemos que piensan los demás acerca de nuestras ejecucione­s y segundo, porque nadie es tan duro con lo que se espera acerca de cada persona, que la propia persona.

Cuando somos tan exigentes con nosotros mismos en el ámbito deportivo, nos olvidamos de disfrutar, de enriquecer­nos con una experienci­a, y convertimo­s los retos en amenazas, tomándonos las cosas como ‘a vida o muerte’ o ‘todo o nada’.

La exigencia es buena y necesaria en todos los ámbitos de nuestra vida, pero con límites. Escucha a los de tu alrededor, porque generalmen­te son ellos los que te dirán que levantes el pie del acelerador y te lo tomes con calma. *Psicóloga Deportiva twitter: @mvallsbarb­era

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