La batalla del 5G
Editorial
Del mismo modo que no puede analizarse la evolución geopolítica y económica del mundo del siglo XX sin atender al papel de los combustibles fósiles -el petróleo en particular-, la historia del siglo XXI está ya marcada por las redes de telecomunicaciones. La inminente revolución del 5G viene alterando desde hace tiempo el mapa de las relaciones internacionales ante las consecuencias que se anticipan en algo tan sensible para los estados como es el acceso a las infraestructuras de comunicación y los protocolos de seguridad a ellas asociados.
Desde que a mediados del 2019 Donald Trump declarase la emergencia nacional en base a las amenazas contra la tecnología y servicios de información y comunicaciones de EEUU para poder vetar cualquier actividad del gigante chino Huawei en suelo americano, la presión de la Casa Blanca para que sus socios tradicionales tomaran decisiones similares ha ido en aumento. No en vano estamos ante el asunto que va a redibujar el nuevo mapa de poder del planeta. La pregunta que subyace es: ¿de quién podemos y queremos fiarnos para que actúe de vigilante y garante de un sistema de telecomunicaciones convertido en corazón y arterias del normal funcionamiento de cualquier país?
Europa, siempre renqueante a la hora de definirse, no ha tomado decisiones drásticas sobre el particular, aunque ha dado indicaciones para que los estados abandonen la excesiva dependencia de la tecnología y dispositivos chinos. Solo el Reino Unido, ya fuera del entramado de la UE, ha excluido a Huawei del despliegue del 5G.
España tampoco se ha definido claramente por el momento. Este es un juego de múltiples factores que afectan a los estados, pero también a las compañías de telecomunicaciones, y las decisiones drásticas en el corto plazo re