Un gran futuro que ya es pasado
PERFIL ANGELA MERKEL La cancillera alemana ha gobernando durante 16 años y ha sido líder indiscutida de su partido, además de un factor de unión y estabilidad para la UE
Otoño de 1990. Una Alemania que vivía una reunificación exprés se disponía a conmemorar el primer aniversario de la caída del muro de Berlín. El entonces Gobierno de Bonn mostraba a unos periodistas cómo se desmoronaban los muros físicos, políticos y psicológicos que se habían alzado desde el Báltico hasta la entonces Checoslovaquia. En Berlín, el programa de la visita contemplaba un encuentro con representantes de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), de la Alemania comunista, la RDA. Se nos informó de que entre los asistentes estaría una joven del Este con un gran futuro.
El encuentro tuvo lugar en lo que parecía una sala parroquial, donde la severidad luterana se añadía a la sobriedad del socialismo real. Y allí estaba ella. Sentada en un sillón, con la cabeza algo hundida entre los hombros, aspecto monjil y parca en palabras, lo que hacía dudar sobre aquel futuro que se nos anunció. Quien llevaba la voz cantante era Helmut Lück, portavoz de la CDU en el Este, eufórico por la velocidad de la reunificación y por la reciente incorporación a las filas democristianas de miembros del partido que fue uno de los arietes de la revuelta anticomunista, Despertar Democrático, como Angela Merkel. Que aquella joven causara tan poca impresión dice muy poco de la perspicacia de quien escribe. Por el contrario, dice mucho, muchísimo, de aquella mujer que hoy, tres décadas después, ha estado al frente de la cancillería durante 16 años gobernando la economía más pujante de Europa, ha sido líder indiscutida de su partido, y un factor de unión y estabilidad de la Unión Europea. La fórmula del éxito no es otra que la de ejercer la política con una mirada distinta, una mirada humana y de largo alcance, con los pies bien firmes en el suelo.
La imagen de aquella joven que parecía a la defensiva en el 1990 me la recordó Stefan Kornelius, autor de una biografía autorizada de Merkel, cuando dice que su educación como hija de un pastor protestante en un país oficialmente ateo como Alemania oriental «le enseñó a estar sentada en la mesa, a esperar y a ser consciente de que en cualquier momento podían ser espiados». Y también cuando el autor cita las propias palabras de la cancillera sobre el silencio: «Aprender cuándo quedarse callada era una gran ventaja en la RDA. Era una de nuestras estrategias de supervivencia».
No hay muchos políticos que consideren públicamente la indecisión como una virtud y no un defecto. Ella sí. Lo explica otro biógrafo, Matthew Qvortrup, que recoge sus palabras: «Soy bastante buena cuando hay que tomar una decisión, pero necesito un poco de carrerilla y me gusta pensar antes de lanzarme. Siempre me gusta saber qué me pasará, pese a que me reste espontaneidad».
A Merkel siempre se le echará en cara, y con razón, su tozuda defensa de la austeridad durante la crisis del euro. Pero también es cierto que evitó caer en el mismo error ante la crisis por el covid. Y antes, ya había dado una lección de dignidad al permitirla entrada de refugiados durante la crisis originada por la guerra de Siria.