Semana laboral de cuatro días
Editorial
En la balanza que mide la conveniencia de aplicar, en estos momentos en España, la semana laboral de 32 horas, o de cuatro días, hay argumentos a favor y en contra, muchos de ellos de peso y dignos de ser escuchados. Sin embargo, antes de saber de qué lado se decanta la balanza hay que ver en qué platillo ponemos la productividad. No es lo mismo una empresa que decide que sus empleados trabajen menos horas por semana (cobrando igual que antes), pero que gracias a una mejor organización o a implementaciones tecnológicas sigue produciendo lo mismo, que otra en la que la reducción de jornada de su plantilla suponga una caída de la producción. En el primer caso hay una mejora de la productividad. No así en el segundo, donde la compañía tendrá que, o bien compensar este descenso de producción contratando a más personal o bien asumir una pérdida de competitividad en el mercado.
Este escenario es el que presentan los detractores de la semana de 32 horas: el inevitable aumento de los costes laborales que debería asumir el empresario en una coyuntura económica muy complicada por la pandemia. Los partidarios de la reducción horaria, sin embargo, no lo consideran ni mucho menos algo tan negativo, si se tiene en cuenta lo que implicaría en creación y redistribución del empleo. Las discrepancias en torno a este tema también existen entre los socios de Gobierno --como en otros puntos de la agenda económica--, a tenor de las declaraciones del vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, a favor de aplicarla,