Desestabilizadores
Escucho a unos cuantos papanatas de Unidas Podemos hablar de «manifestaciones antifascistas», sin condenar los graves disturbios que estos días tienen como escenarios principales Barcelona, Madrid y Lleida. Airear el fascismo en la España actual me tiene tan perplejo como cabreado. Vamos, que no veo a Pedro Sánchez encarnando a Benito Mussolini ni a Iván Redondo en la figura del conde Ciano. ¿Pero, qué broma macabra es ésta? Aquí y ahora estamos asistiendo a una operación de desestabilización del sistema democrático español, reconocido entre los primeros veinte más garantes del mundo, con el aliento del vicepresidente, Pablo Iglesias, y la acción pirómana de su adlátere Echenique y demás esbirros. Mediante la torticera excusa de defender la libertad de expresión, a base de falacias y manipulaciones de lo que es y significa el artículo
20 de la Constitución, la extrema izquierda que representa Iglesias aprovecha el río revuelto, provocado por el delincuente Hasél, para echar un nuevo órdago al presidente Sánchez, en un suma y sigue de deslealtades. Eso es lo más grave. Más que el hecho de que grupos de descerebrados, analfabetos funcionales, hayan vuelto a la guerrilla urbana, atacando con gran violencia a las fuerzas de seguridad, cometiendo desmanes en la vía pública, además de atentar contra comercios y bancos. Aplausos a los Mossos d’Escuadra y Policía Nacional, cuya profesionalidad está siendo providencial en semejante crisis de orden público.
Es insostenible la permanencia de Iglesias en el Gobierno, cuyo papel desestabilizador resulta vomitivo, ahora aprovechando el caso de Hasél, sujeto que alienta el terrorismo como lucha democrática. La hez, vamos.