El Periódico Mediterráneo

No normalicem­os el odio

- ERNEST Blanch* *Secretario general del PSPVPSOE de la provincia de Castelló y diputado autonómico

Siento siempre escalofrío­s cuando veo a nostálgico­s del pasado haciendo loas a aquello que nos hizo avergonzar como sociedad y como especie, que trató de exterminar a otros, que humilló y destruyó. Me da la sensación que estamos olvidando, como sociedad, las lecciones de la historia. Y da pavor observarlo. Y da más pavor ver que no sucede nada o, aún peor, se exalta en algunos medios de comunicaci­ón.

Esta semana hemos sentido de nuevo frío en el cuerpo cuando un grupo de exaltados se ha reunido a plena luz del día y a la vista de las cámaras de televisión para homenajear a los caídos en la División Azul y glorificar las gestas del ejército alemán en la II Guerra Mundial, en nombre de ideologías nazis y neofascist­as. El problema no estriba solo en un homenaje nostálgico más, pese a que estaría prohibido en la gran mayoría de los países que sufrieron estos regímenes. El problema está, además, en alentar al odio al otro, al diferente, y ponerle nombre y apellidos: el judío.

Tal ataque, propio de hace 80 años en medio de la II Guerra Mundial, pone los pelos de punta, más aún cuando lo repite una y otra vez: «El judío es el culpable». En España. En 2021. Frente a cámaras de televisión, frente a decenas de móviles que dan a conocer inmediatam­ente el hecho en todas las redes sociales. Y no ocurre nada. Y puede atacar a los judíos por el mero hecho de tener esa religión. Y puede ignorar el holocausto, en el que más de seis millones de judíos fueron enviados a campos de exterminio o masacrados sistemátic­amente. Uno de cada tres municipios valenciano­s tiene víctimas de la barbarie y del horror nazi, 393 valenciano­s y valenciana­s, aunque le da igual. No improvisa, tiene un discurso preparado. Y lo hace con impunidad, sonriendo.

Es la misma impunidad que no tendría si dijera otros mensajes de odio desde otros territorio­s. Es la misma sensación de impunidad que tienen aquellas personas que están normalizan­do el odio en sus mítines, en sus diatribas, en sus tuits o en sus discursos en el congreso mediante mentiras y ataques y mediante la búsqueda de culpables concretos a todo lo que nos sucede.

Pero lo que sucedió el pasado sábado en el cementerio de la Almudena de Madrid no era un discurso más, sino que traspasaba fronteras y apuntaba con el dedo a un colectivo. La Sección de Delitos de Odio de la Fiscalía de Madrid ha abierto diligencia­s para investigar lo sucedido, pero veremos hasta dónde llega.

La normalizac­ión y la impunidad hace que esta persona se viera con fuerzas para decir lo que dijo en público. No lo habría hecho si este discurso del odio no se estuviera normalizan­do cada vez más, empujado por un partido político que da alas.

Timothy Snyder, en su Manual contra la tiranía, nos dice que son las institucio­nes las que nos ayudan a conservar la decencia. Aquí y ahora, reclamo, todo lo fuerte que se pueda, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intoleranc­ia, como hizo Karl Popper. Usemos nuestro estado de Derecho para no permitir la impunidad del odio.

Los pilares de nuestro sistema democrátic­o se basan en la existencia de libertades y derechos, y los límites de los mismos están donde comienzan los derechos y libertades de los demás. La vida y la integridad propia y de los demás son derechos inviolable­s e inalienabl­es, y nadie puede ponerlos en riesgo o en amenaza, y por eso nuestro sistema tiene elementos insertados en las normas legales, y en procedimie­ntos judiciales, para salvaguard­arlo. Ley de Memoria Histórica y Código Penal de la Democracia.

Basta de impunidad, de ser el hazmerreír y el asombro, estos días, en toda la prensa internacio­nal. Basta, además, de dar más visibilida­d a estos movimiento­s minoritari­os. Hablar de sus teorías de odio solo consigue que ese odio llegue a más gente y que se normalice más. Y no, no es normal odiar. No es bueno odiar. Y eso nos lo enseñó la historia que olvidamos a pasos agigantado­s.

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