No normalicemos el odio
Siento siempre escalofríos cuando veo a nostálgicos del pasado haciendo loas a aquello que nos hizo avergonzar como sociedad y como especie, que trató de exterminar a otros, que humilló y destruyó. Me da la sensación que estamos olvidando, como sociedad, las lecciones de la historia. Y da pavor observarlo. Y da más pavor ver que no sucede nada o, aún peor, se exalta en algunos medios de comunicación.
Esta semana hemos sentido de nuevo frío en el cuerpo cuando un grupo de exaltados se ha reunido a plena luz del día y a la vista de las cámaras de televisión para homenajear a los caídos en la División Azul y glorificar las gestas del ejército alemán en la II Guerra Mundial, en nombre de ideologías nazis y neofascistas. El problema no estriba solo en un homenaje nostálgico más, pese a que estaría prohibido en la gran mayoría de los países que sufrieron estos regímenes. El problema está, además, en alentar al odio al otro, al diferente, y ponerle nombre y apellidos: el judío.
Tal ataque, propio de hace 80 años en medio de la II Guerra Mundial, pone los pelos de punta, más aún cuando lo repite una y otra vez: «El judío es el culpable». En España. En 2021. Frente a cámaras de televisión, frente a decenas de móviles que dan a conocer inmediatamente el hecho en todas las redes sociales. Y no ocurre nada. Y puede atacar a los judíos por el mero hecho de tener esa religión. Y puede ignorar el holocausto, en el que más de seis millones de judíos fueron enviados a campos de exterminio o masacrados sistemáticamente. Uno de cada tres municipios valencianos tiene víctimas de la barbarie y del horror nazi, 393 valencianos y valencianas, aunque le da igual. No improvisa, tiene un discurso preparado. Y lo hace con impunidad, sonriendo.
Es la misma impunidad que no tendría si dijera otros mensajes de odio desde otros territorios. Es la misma sensación de impunidad que tienen aquellas personas que están normalizando el odio en sus mítines, en sus diatribas, en sus tuits o en sus discursos en el congreso mediante mentiras y ataques y mediante la búsqueda de culpables concretos a todo lo que nos sucede.
Pero lo que sucedió el pasado sábado en el cementerio de la Almudena de Madrid no era un discurso más, sino que traspasaba fronteras y apuntaba con el dedo a un colectivo. La Sección de Delitos de Odio de la Fiscalía de Madrid ha abierto diligencias para investigar lo sucedido, pero veremos hasta dónde llega.
La normalización y la impunidad hace que esta persona se viera con fuerzas para decir lo que dijo en público. No lo habría hecho si este discurso del odio no se estuviera normalizando cada vez más, empujado por un partido político que da alas.
Timothy Snyder, en su Manual contra la tiranía, nos dice que son las instituciones las que nos ayudan a conservar la decencia. Aquí y ahora, reclamo, todo lo fuerte que se pueda, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia, como hizo Karl Popper. Usemos nuestro estado de Derecho para no permitir la impunidad del odio.
Los pilares de nuestro sistema democrático se basan en la existencia de libertades y derechos, y los límites de los mismos están donde comienzan los derechos y libertades de los demás. La vida y la integridad propia y de los demás son derechos inviolables e inalienables, y nadie puede ponerlos en riesgo o en amenaza, y por eso nuestro sistema tiene elementos insertados en las normas legales, y en procedimientos judiciales, para salvaguardarlo. Ley de Memoria Histórica y Código Penal de la Democracia.
Basta de impunidad, de ser el hazmerreír y el asombro, estos días, en toda la prensa internacional. Basta, además, de dar más visibilidad a estos movimientos minoritarios. Hablar de sus teorías de odio solo consigue que ese odio llegue a más gente y que se normalice más. Y no, no es normal odiar. No es bueno odiar. Y eso nos lo enseñó la historia que olvidamos a pasos agigantados.