EMPIEZA LA VACUNACIÓN EN LAS RESIDENCIAS
Burriana, Benicarló y la Vall d’Uixó. A medida que pasaban los días, la cifra de contagios iba subiendo, los hospitales y las UCI se colapsaban y el virus se cebaba sin piedad con los más mayores, sobre todo, los que estaban en residencias. Y, al mismo tiempo, los sanitarios se convirtieron en héroes. Ahí estaban los aplausos desde el balcón o las terrazas, cada día a las ocho de la tarde.
Desescalada y segunda ola
El confinamiento domiciliario surtió efecto y en mayo llegó la desescalada. Luego vino el verano y con el calor llegaron los turistas a los apartamentos y hoteles de la costa. Los pueblos se llenaron de gente y, a finales de julio, aparecieron los primeros rebrotes. Después llegó la segunda ola. Fue en octubre, apenas 15 días después del puente del Pilar.
Para intentar poner freno a la segunda ola, la Generalitat valenciana puso en marcha medidas restrictivas, y eso que la provincia era una de las que se encontraban en mejor situación. ¿Las más importantes? Toque de queda entre 00.00 y las 06.00, y seis personas máximo en las reuniones familiares. Aquellas medidas empezaron a dar sus frutos y, con la Navidad a la vuelta de la esquina, el Consell volvió a decretar más limitaciones: cierre perimetral de la Comu
nitat, seis personas máximo por mesa en bares y restaurantes, nada de reuniones multitudinarias en Nochebuena y fin de año... Pero esta vez las medidas sirvieron de muy poco y, a mediados de enero, los contagios volvían a dispararse. Tercera ola.
El rayo de esperanza, no obstante, llegó en los últimos compases del 2020. El 27 de diciembre, Benilde Domingo, una residente del centro de mayores de Burriana, se convertía en la primera persona de la provincia en recibir la vacuna e inyectaba una fuerte dosis de esperanza a una provincia que ha vivido en un estado de shock, un mal sueño del que aún no ha despertado.
Hoy, un año después de que el covid cambiara las vidas de todos, se conocen más cosas que en aquel 25 de febrero. Pero aún planean muchas incógnitas. Nadie sabe cuándo llegará la superación total de una crisis económica (la segunda en apenas dos décadas) que ha dejado tiritando a buena parte de las empresas. Como tampoco nadie saben cuánto tiempo habrá que estirar la solidaridad colectiva para atender a todas aquellas familias que se han quedado sin ingresos y que ahora piden ayuda. Son los nuevos pobres. Las otras víctimas de un enemigo invisible que lo está marcando todo.