La irrupción de Albin Kurti es la oportunidad para que el país salga del bloqueo actual Kosovo y la generación de la guerra
Kosovo ha devorado en apenas 13 años de independencia a los principales líderes guerrilleros que combatieron con las armas al régimen de Slobodan Milosevic entre 1989 y 1999, los que lograron un Estado separado de Serbia con ayuda de EEUU. Kosovo fue la última pieza en una cadena de guerras balcánicas que dinamitaron Yugoslavia en los años 90 del siglo XX. El líder de los nacionalistas serbios –un excomunista que resultó ser un oportunista peligroso– empezó cuatro, y las perdió todas. La de Kosovo fue la más cruel porque la mitología política de los suyos sitúa en ese territorio la cuna de su identidad nacional.
Los albanokosovares representan cerca del 90% de la población, y hace tiempo que dejaron de mirar hacia Belgrado. Serbia permanece en la memoria colectiva como el Gran Maltratador. Kosovo aspira a la UE, como utopía, y coquetea unirse a Albania por ser una realidad. Les unen lazos culturales, idiomáticos e históricos. Las devastadoras consecuencias de la pandemia en la economía han sido la puntilla para una generación de políticos que se siente legitimada por haber hecho la guerra contra Milosevic para gobernar como si el territorio fuese de su propiedad. Y de algún modo lo es, de ahí el vuelco electoral.
Kosovo no funciona. En realidad, nunca funcionó. Durante el periodo comunista fue lugar de destierro para caídos en desgracia. Serbia siempre se comportó como un ocupante desde que obtuvo el territorio en 1913. Desplegó un apartheid contra la mayoría, la población de lengua albanesa y religión musulmana. Más allá de la defensa de los monasterios medievales del Oeste, Serbia nunca propuso un proyecto común a los kosovares. Ismail Kadaré relata en Tres cantos fúnebres por Kosovo la batalla del Campo de los mirlos contra el imperio otomano en 1389. Sobre esa derrota se asienta el nacionalismo serbio basado en afrentas imaginarias.
Kosovo es hoy un pozo de desempleo y corrupción en el que campan las mafias albanesas, algunas vinculadas a actores políticos de peso. Las elecciones del 14-F –el mismo día que en Cataluña– han confirmado la irrupción de una nueva generación que encarna Albin Kurti, líder histórico de Vetëvendosje (Autodeterminación). Nació como movimiento estudiantil y ahora es el partido que recoge el descontento de la calle. Kurti jamás empuñó las armas, por eso no teme acabar imputado por crímenes de guerra. Su instrumento ha sido la calle. Ha estado en todas las manifestaciones en
Pristina, no importa contra quién, y pagó con cárcel por ello.
Anticorrupción
Vetëvendosje es anticorrupción. Por eso ganó con casi el 50% de los votos, aunque tendrá que pactar para formar Gobierno. Defiende un referéndum para decidir la unificación con Albania, y apostar vía Tirana por la entrada en la UE a medio plazo. Dos de los principales jefes de la guerrilla, Ramus Haradinaj y el hasta hace poco presidente Hasim Thaçi, han tenido problemas con los tribunales internacionales. Haradinaj salió impune del primer juicio después de la muerte de nueve de los diez testigos, y exonerado en el segundo por falta de pruebas. Aunque se ha ofrecido a entrar en el Gobierno, encarna lo que rechaza Vetëvendosje. Thaçi es gris, representa al aburrido estatus quo.
La caída de Milosevic en octubre del 2000 creó una oportunidad extraordinaria para la creación de una federación y una democratización conjunta. Era la idea de la comunidad internacional. El asesinato en el año 2003 del primer ministro serbio Zoran Djindic, un exopositor encargado de pilotar la normalización, devolvió a Serbia al nacionalismo, y a Kosovo a sus pesadillas.
Años de inacción llevaron a una independencia que España aún no reconoce por temor a que se compare con Cataluña y el País Vasco. Un Kosovo que padeció una guerra, violaciones masivas de los derechos humanos, y que sobrevive con respiración asistida, pues está intervenido, no debería ser un ejemplo de soberanía.
La idea dominante en una Europa de fronteras trazadas con sangre durante siglos es no tocar los mapas, apostar por el diálogo. Kurti representa otro discurso, pese a ser tan nacionalista como los exlíderes guerrilleros. Es la gran oportunidad para salir del bloqueo. Llega en un escenario de crisis en el que las prioridades de reconstrucción en Europa pueden dejarles fuera. Mal asunto en una región con propensión al exceso melodramático. Los motores de la guerra siguen vivos pese a estar apagados por agotamiento en Serbia, Bosnia-Herzegovina y Kosovo. La paz con raíces necesita progreso económico, tener esperanza.