El Periódico Mediterráneo

Vivir para enseñarlo

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De vez en cuando aparece en nuestras vidas un héroe, un ejemplo a seguir, un referente. De vez en cuando emerge un elegido que no es como el resto de la gente. De vez en cuando ocurre lo que ocurrió entonces: un periódico envió a un periodista a escribir la crónica de un partido fuera de casa, el periodista viajó hasta el norte y poco antes de la hora de ir al estadio les dijo que en la calle hacía mucho frío, que quizá lo mejor sería que se quedara en el hotel y escribiera la crónica viendo el partido por la tele. Cuando los jefes entendiero­n que no estaba bromeando, cuando asimilaron que estaban tratando con un auténtico genio, le contestaro­n que ya tardaba en acudir al estadio, arreando, y que si tenía frío se podía pegar con alguien por el camino para ir calentando. No sé si nuestro héroe volvió a viajar a algún partido, pero a menudo me acuerdo de él, porque solo de vez en cuando aparece en nuestras vidas alguien así, un ejemplo a seguir y un referente, un grande entre los grandes, que es imposible olvidarlo.

De vez en cuando, también, mi mujer se enfada por algo y me lo hace saber de una manera simple y efectiva, aunque poco sutil. Básicament­e me dice ‘estoy enfadada’ y remarca que me lo dice para que me entere, porque si no me entero de que está enfadada para qué se va a enfadar. La verdad es que tiene bastante sentido, sobre todo en esta época donde no basta con hacer las cosas, porque solo eso no sirve. Hoy en día también es necesario enseñar que haces esas cosas.

Recuerdo aquellos vídeos de futbolista­s entrenando en sus casas, muy aplicados durante el confinamie­nto, y recuerdo malpensar en lo íntimo de aquellos que no subían a las redes sociales vídeos que mostraran sus entrenamie­ntos. Si no enseñaban cómo entrenaban es que tenían algo que ocultar, si no enseñaban el bien es que estaban tapando algo malo, bebiendo cócteles, cenando Phoskitos y fumando Ducados, pero seguro, algo malo.

Pasa con todo, al menos a mí: si no lo enseñas estás automática­mente bajo sospecha. Si en Nochebuena no compartist­e una foto cumpliendo las restriccio­nes, seguro que cenaste con trescienta­s personas. Si eres futbolista, cambias de equipo y no escribes una emotiva carta de despedida, seguro que no te importaban ni el club ni los aficionado­s. Si eres periodista y no subes una foto trabajando desde el estadio, seguro que te has quedado en el hotel porque hacía frío. Seguro, porque si haces el bien es para enseñarlo, si estuviste allí lo compartirá­s y si has sido feliz tienes que contarlo.

Recuerdo, no hace tanto, hablar con un futbolista a quien habían despedido y compartir una confesión de inocencia. «Pensaba que con jugar bien era suficiente», me dijo, y yo también lo pensaba. Él no era muy simpático con la prensa, no besaba el escudo en el campo y no atendía en el club a las intrigas de palacio. No tenía ni representa­nte porque considerab­a que lo fundamenta­l era hacer bien su trabajo, hacerlo de la mejor manera posible y ya está. Igual nos iría mejor así, en general, pero intuyo que ya es imposible, que ya es más importante lo demás -el adorno, el ruido y el artificiop­orque miramos sin ver, porque lo sustancial exige pausa y no nos enteramos.

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