Sin Mario Draghi
El sábado recibí una nota de un empresario amigo que sigue la política: «La perspectiva económica es mala, bastantes comercios cerrarán, muchos ertes se convertirán en eres, los ciudadanos lo van a pasar fatal y, mientras, en el Gobierno de España se pelean y en el de Cataluña discuten sobre lo que piensa la CUP del orden público. Solo puedo ser pesimista, salvo que, como Italia, encontremos nuestro Mario Draghi ».
Mi amigo tiene bastante razón. Con dos salvedades. Una buena, las cosas siempre acaban algo mejor de lo que el análisis inteligente hace temer. La otra, mala: no tenemos un Mario Draghi y no lo podemos inventar. Italia, quizás porque fue fundadora del Mercado Común cuando Franco todavía no había dado luz verde al plan de estabilización, ha tenido presidentes de la Comisión de Bruselas y un presidente excepcional del BCE que hizo al euro mayor de edad en los peores momentos de la crisis de 2012. Nosotros no tenemos ningún Mario Draghi. Lo más cercano sería Luis de Guindos, actual vicepresidente del BCE, o Joaquín Almunia, que fue vicepresidente económico de la Comisión. Pero no son Draghi y los dos, aunque de criterio abierto, están identificados con el PP o con el PSOE.
Tampoco tenemos un presidente de la República como Sergio Mattarella, con oficio y consenso detrás, que se pueda permitir buscar un político o tecnócrata de prestigio e imponerlo a la mayoría de partidos. Felipe VI es otra cosa. La monarquía tiene ventajas e inconvenientes. Cierto que una república no garantiza un Mattarella, pero cuesta ver al Rey negociando un presidente de Gobierno con ERC o JxCat. Y aún cuesta más ignorar que la prensa conservadora de Madrid se revolvería alarmada contra el monarca abducido que tuviera esa estúpida idea.
No, no tenemos ni Draghi ni Mattarella. Pero aun si los pudiéramos improvisar, cuesta creer que el aspirante a Draghi español (Guindos, Almunia, Solana, Matutes…) formara un Gobierno de unión nacional que fuera de Vox a Podemos, pasando por el PP y el PSOE y sin bolas negras de los nacionalistas vascos o catalanes. Es lo que Mattarella y Draghi -en una Italia atribulada, pero con el aliciente de recibir 200.000 millones de Bruselas más la financiación del déficit público por el BCE- han conseguido al hacer aprobar por el Parlamento un Gobierno que va desde la Liga (similar a Vox) hasta el M5E (Podemos) pasando por Berlusconi (PP) y el Partido Democrático (PSOE). Solo queda fuera Fratelli d’Italia, la Vox más recalcitrante. No, no tenemos Draghi, ni Mattarella, ni una posibilidad de unión nacional como en Italia. Felipe González tenía razón cuando hace pocos años dijo que la política española se parecía cada vez más a la italiana (más partidos y menos consenso) pero con un agravante: «Sin italianos».
Esta es la realidad con la que, en plena pandemia, con el temor a la crisis social causada por la economía y con fundadas esperanzas en la vacuna, tendremos que afrontar en breve una incierta primavera. No hay otra. Quizás lo de Mario Draghi haga que alguien, en la Moncloa o en Génova antes de ser vendida, piense que si los italianos cogen el toro por los cuernos, los españoles de alguna manera los tendremos que imitar. O, caso contrario, caer arrastrados como fruto de nuestros irrenunciables y dignos valores.
España no es Italia. Carece en estos momentos de un tecnócrata de prestigio que sea capaz de formar un Gobierno de unidad