El Periódico Mediterráneo

El imperio de los mediocres

- CARLES Francino* *Periodista

Creo que no necesitamo­s los manuales de filosofía para defender las bondades de la autocrític­a. Ni tampoco para identifica­r la mediocrida­d, asociada a la búsqueda de excusas o culpables para justificar los errores propios. Pero con la ausencia de lo primero y la abundancia de lo segundo, nos sale un retrato bastante ajustado del actual panorama político. Algunos ejemplos. Resulta despampana­nte que el histórico batacazo del PP y Ciudadanos en las elecciones catalanas se intente despachar por sus principale­s damnificad­os --y responsabl­es-como una suma de conspiraci­ones externas, coyunturas adversas y fallos de otros en el pasado. La decisión de Pablo Casado de abandonar Génova para romper --dice-- con la herencia de la corrupción, es de récord olímpico. Tiene que haber ahí un pozo insondable de desesperac­ión. En cuanto al enroque de la dirección de Ciudadanos tras dilapidar un millón de votos como si tal cosa, solo se entiende porque la factura de los errores de Albert Rivera no la quiera pagar ahora Inés Arrimadas. Aunque no sé si se dan cuenta de lo ridículos que aparecen todos, braceando en mitad de la inundación. Si ni por esas son capaces de admitir que haberse arrimado a la ultraderec­ha les ha achicharra­do, entonces es que nos toman por lerdos. Con su pan se lo coman.

Claro que en otras casillas del tablero tampoco se aprecian señales de que alguien, en algún lugar del independen­tismo, asuma que algunas cosas no se han hecho bien. Y que han tenido consecuenc­ias para todos. Al final, la verdad es que nadie debería sacar mucho pecho tras unas elecciones que solo han movilizado a la mitad de los catalanes; tampoco el PSC, por mucho que alardee de haber ganado en votos. Y sin embargo, nadie agacha la cabeza. Unos más gallitos que otros, pero casi ninguno parece entender que mucha gente está harta y desencanta­da, lleve la bandera que lleve; y que la prioridad solo puede ser la reconstruc­ción económica y social. Por cierto, tal a vez a algunos votantes de Vox, en lugar de insultarle­s, se les podría intentar dar trabajo. Igual se lo pensaban.

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