Conversión hacia los pobres
El ejercicio cuaresmal abarca el ayuno, la oración y la limosna. Los tres están interrelacionados. La privación, propia del ayuno, dispone al diálogo filial con Dios en la oración y ambos llevan a tener gestos de amor hacia el hombre herido, mediante la limosna. La auténtica conversión aviva el amor a Dios y también la caridad con el necesitado. El amor al hermano es la prueba del amor a Dios. Porque «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4,20-21).
Acoger la llamada de Jesús a la conversión (cf. Mc 1,15) incluye la conversión hacia los pobres. Jesús anunció y practicó hasta la entrega de la propia vida, el amor a los pobres y el compromiso con los problemas sociales de su tiempo. Jesús se presenta ante el pueblo para evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos, la vista, para liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (cf. Lc 4,16-19). Él se acerca a los marginados: a niños y prostitutas, a extranjeros y diferentes, a pecadores públicos, a leprosos y a enfermos en general.
Jesús dicta sus principios y marca el camino a sus discípulos. Frente a un mundo de desigualdades y miseria, solo cabe desacralizar las riquezas (Lc 18,18-23), compartir con el pobre (Mc 8,1-9), apasionarse por la justicia y la solidaridad: dar pan al hambriento, trabajo al inmigrante y al parado, condiciones de vida digna al enfermo, visitar al olvidado en la soledad de la cárcel, de una familia rota, de una sociedad individualista (Mt 25,34-46). Con su acción, Jesús educa política y socialmente al pueblo, para participar en el destino propio y de los demás desde la fe en Él. Así lo entendió y vivió la primera comunidad cristiana, y así lo ha entendido y vivido la Iglesia, cuya Doctrina Social es la gran desconocida. Queremos darla a conocer en la Semana Social, del 1 al 4 de marzo.