Investidura catalana fallida
La segunda sesión del debate de investidura terminó como la primera: con incapaz de lograr los votos que le permitan acceder a la presidencia de la Generalitat catalana. Junts per Catalunya (JxCat) se abstuvo en la votación e impidió de esta forma que su gran rival en la hegemonía del independentismo en la última década alcance la presidencia. Que estos dos partidos que se soportan menos que nunca sean al mismo tiempo las dos formaciones sobre las que gira la gobernabilidad de Cataluña a causa de la inamovible política de bloques dice mucho (y mal) de la situación en que se encuentra la política catalana.
A nadie debería extrañar que dos partidos a los que el resultado electoral permite formar un Gobierno de coalición tengan discrepancias. Es lógico y comprensible que sea de esta forma, y así sucede en todas las democracias. Cuando ningún partido logra una mayoría suficiente, urge la negociación y, por tanto, la cesión.
Ahora bien, la pugna entre ERC y JxCat va más allá del comprensible tira y afloja por parcelas del poder. Ambas formaciones atesoran una larguísima lista de agravios, de cicatrices dolorosas y heridas aún abiertas. Un ejemplo más de la esterilidad y la ineficacia a la que la política de bloques condena a la sociedad catalana. Ha llegado el momento de que los partidos tengan el coraje de inspeccionar nuevas fórmulas que acaben con el bloqueo al que la pugna partidista de ERC y JxCat condena a la sociedad catalana. La gestión de la pandemia, la crisis económica y la gestión de los fondos europeos obligan a una responsabilidad que por ahora brilla por su ausencia.