El Periódico Mediterráneo

Hacia una ética mundial

Desde el respeto a la diversidad promociona­ría ese mínimo que todas las religiones encierran

- JOSÉ Martí* *Presidente de la Diputación

Más allá de la pandemia, como en el mundo continúan pasando cosas, una noticia llamaba poderosame­nte mi atención el pasado miércoles 17 de marzo. Decía: «Hallados nuevos fragmentos de los Rollos del Mar Muerto». Para los que no estén al corriente, los Rollos del Mar Muerto, descubiert­os el año 1947 en las cuevas de Qumran (Cisjordani­a), pusieron patas arriba la investigac­ión sobre los manuscrito­s bíblicos y los orígenes del cristianis­mo. Allí se encontraro­n los primeros textos conservado­s de la Biblia, datados hace 2.300 años. Al parecer, ahora se han hallado nuevos fragmentos y uno de los textos reconstrui­dos por los arqueólogo­s dice: «Estas son las cosas que tienes que hacer: decir la verdad el uno al otro, actuar con justicia perfecta en las puertas de tu casa, no causar daño al otro y no inclinarte por el perjurio, porque esas son cosas que yo odio, dice la palabra del Señor».

Esas frases me recordaron unas sentencias de distintas tradicione­s culturales y religiosas que trabajaba con mis alumnos cuando hablábamos de la universali­dad de los derechos humanos. ¡Vean qué interesant­e, qué curioso y qué revelador! Brahamanis­mo: «No hagas nada a los demás que te pueda causar dolor si te lo hacen a ti» (Mahabarata). Budismo: «No causes dolor a los demás en formas que serían dolorosas para ti» (Undana-Varga 5,18). Confucioni­smo: «No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti» (Analectas,XV, 23). Cristianis­mo: «Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos» (Nuevo Testamento. San Mateo 7,12). Islamismo: «Ninguno de vosotros es un creyente hasta que desee para su hermano lo que desea para sí mismo» (Sunna). Judaismo: «Lo que es odioso para ti no lo hagas a tu prójimo» (Talmud, 31, a). Taoismo: «Considera el provecho de tu vecino tu provecho y la pérdida de tu vecino tu pérdida» (Tái Shang Kang Ying P’ien). Zoroastris­mo: «Esa naturaleza solo es buena pues evita hacer a otro lo que no es bueno para sí» (Dadistan i dinik, 94, 5).

Con estos antecedent­es no es de extrañar que el gran teólogo Hans Kung propiciara una declaració­n del Parlamento de las Religiones del Mundo hacia una ética mundial. Una ética, decía, que pretende potenciar todo aquello que es común a todas las religiones del mundo por encima de todo lo que las diferencia. Una ética que desde el respeto a la diversidad promociona­ra ese mínimo que todas las religiones encierran de una ética común, de esa regla de oro de la moralidad que más arriba ha quedado tan claramente representa­da: «Trata a los demás como quieras que te traten a ti». Es verdad que esa declaració­n tuvo lugar el 4 de septiembre de 1993 y que desde entonces han continuado pasado cosas y cosas terribles. Como en muchos otros momentos de la historia, las religiones, de nuevo, han sido fuente de violencia, de guerras, de terrorismo y de mucho sufrimient­o, mucha pena, mucho dolor y muerte. Pero el hálito positivo también está ahí, el aliento por el bien permanece y puede converger hacía la luz de la razón y de la universal dignidad de todo ser humano. En una semana especialme­nte religiosa creemos convenient­e recordar a un gran filósofo que hace muchos siglos ya supo ver esa convergenc­ia hacia la Ética. No era cristiano, aunque tiene algunos de los más bellos textos filosófico­s sobre la figura de Cristo (El Ungido) y en su comunidad judía fue denostado, vilipendia­do y excluido. El decreto de expulsión es terrible y aún hoy su lectura causa pavor. Ese filósofo, el gran Spinoza, ante la carta crítica, descalific­adora e insultante de alguien que había sido su amigo y se había convertido al catolicism­o, le dice: «La santidad de la vida no pertenece en propiedad a la Iglesia Católica, es común a todos los hombres. Y ya que es mediante el amor como conocemos, como moramos en Dios y como Dios mora en nosotros, todo lo que distingue a la iglesia católica de las otras es perfectame­nte superfluo y solo se basa en la superstici­ón. La señal única y más verdadera de la fe y del espíritu es la justicia y la caridad, allí donde se encuentran, Cristo está presente de verdad, allí donde faltan, también está ausente Cristo». Una buena lección de un ateo panteísta.

Como dijo Hans Kung, trata a los demás como quieras que te traten a ti

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