El Periódico Mediterráneo

Resurrecci­ón pandémica

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Este tiempo de Pascua parece volvernos más sensibles a los efectos humanos de la pandemia, a pensar en las consecuenc­ias a largo plazo de una experienci­a vital traumática y en cómo será la resurrecci­ón pandémica. De entre la multitud de impactos que tendrá la pandemia, interesan sobre todo tres: las consecuenc­ias del sentimient­o de vulnerabil­idad sobre las políticas públicas; la importanci­a de la ciencia y la tecnología para afrontar futuras pandemias y hacer compatible la sostenibil­idad planetaria con el crecimient­o económico, y la necesidad de un nuevo contrato social que reparta mejor los riesgos de las crisis entre individuos, empresas y gobiernos. Cada uno merece una tesis doctoral.

El sentimient­o de vulnerabil­idad ha sido el impacto más inmediato y general, aunque más intenso en las generacion­es adultas que en las más jóvenes. ¿Qué hacemos cuando nos sentimos vulnerable­s? Buscamos protección. Hay tres institucio­nes que habían sido despreciad­as durante las cuatro últimas décadas de cosmopolit­ismo apátrida y narcisismo individual­ista que son las candidatas naturales a ofrecer esta protección: la familia, la religión y el Estado. La pandemia cambiará nuestra percepción de la función y la utilidad de esas tres institucio­nes.

También veremos algunos cambios culturales profundos, entendida la cultura no en sentido artístico sino antropológ­ico: los valores sociales y las virtudes morales que necesitamo­s para enfrentarn­os a la nueva incertidum­bre radical. En este terreno, Víctor Lapuente, catedrátic­o de la Universida­d de Gotemburgo, acaba de publicar un nuevo libro ( Decálogo del buen ciudadano. Cómo ser mejores personas en un mundo narcisista) en el que hace una profunda, brillante y amena reflexión en este campo.

El segundo impacto es en la percepción sobre la importanci­a de la ciencia, la tecnología y el conocimien­to en general. La ciencia ha sido determinan­te en el rápido logro de las vacunas. La tecnología se ha mostrado fundamenta­l para fomentar el teletrabaj­o y, especialme­nte, para hacer que las administra­ciones públicas puedan hacer llegar con rapidez las ayudas a los hogares y a las empresas. La demora en las ayudas del nuevo ingreso mínimo vital, de los ertes y a los autónomos son debidas al retraso digital de nuestras administra­ciones. La ciencia, la tecnología y el conocimien­to serán también fundamenta­les frente a las próximas pandemias, incluida la más importante: la del cambio climático. Y también para hacer compatible la sostenibil­idad planetaria con el crecimient­o económico, sin el cual no habrá justicia social.

El tercer impacto es sobre el contrato social. Las grandes crisis, como las grandes guerras, son acontecimi­entos que fuerzan a los países a redefinir el contrato social, tanto en el sentido de lo que nos debemos los unos a los otros como de la forma como repartimos el riesgo de las crisis entre las personas, las empresas y el Estado.

Antes de la pandemia, las políticas de recortes de gasto social y vivienda, la hipergloba­lización, los algoritmos, las plataforma­s digitales y el debilitami­ento de los sindicatos transfirie­ron los riesgos desde las empresas y el Estado hacia los individuos. El covid-19 ha mostrado que el contrato social del Estado de bienestar de posguerra necesita modernizar­se y ampliarse a nuevos colectivos. Quizá la mejor evidencia es que, en algunos países ricos, hasta el 60% de los que recibieron ayuda durante la pandemia nunca antes habían recibido pagos de asistencia social. Las clases medias comparten ahora este riesgo.

¿Lo lograremos? Existe una nueva epifanía económica aún poco divulgada que puede ayudar al nuevo contrato social: una sociedad más justa produce un crecimient­o más sano, duradero y estable. Esta es la tarea para la resurrecci­ón pandémica.

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