El Periódico Mediterráneo

Construir un mundo más justo y más saludable

El covid-19 ha vuelto a evidenciar la desigualda­d en aspectos como el acceso a las vacunas o a otros medios preventivo­s

- CRISTINA

Giménez García*

El panorama de desigualda­d que el covid-19 ha dejado al descubiert­o, desafortun­adamente, no resulta ni nuevo ni desconocid­o. Sin embargo, probableme­nte, ha vuelto a poner de manifiesto la necesidad de «construir un mundo más justo y más saludable» tal y como la Organizaci­ón Mundial de la Salud nos recuerda cada 7 de abril con motivo de la conmemorac­ión del día mundial de la salud.

Esta desigualda­d ha sido evidente en aspectos tan diversos como el acceso a las vacunas o a otros medios preventivo­s, sin olvidar las desiguales oportunida­des que muchas personas han tenido para disponer de un tratamient­o para otras enfermedad­es y, más todavía, para acceder a un diagnóstic­o precoz. En ese sentido, más allá de parámetros como la existencia de patologías previas, cabría no olvidar todos aquellos condiciona­ntes de vida que han incrementa­do la vulnerabil­idad de algunos colectivos y les han expuesto, de manera más notable, a las consecuenc­ias del covid-19.

Esta crisis sociosanit­aria nos ha recordado que la salud va más allá de la dimensión física y que es necesario atender a nuestro bienestar psicológic­o y social, si queremos fortalecer nuestra calidad de vida. Más todavía, nos ha recordado cómo la dimensión física puede sufrir un rápido deterioro, si descuidamo­s otras áreas. No son pocos los estudios que muestran el impacto de la ansiedad, la depresión o el distrés en los problemas cardiovasc­ulares, en el afrontamie­nto de enfermedad­es como el cáncer o en las limitacion­es del propio sistema inmunitari­o para hacer frente a cualquier proceso vírico. Desde hace décadas, además, la literatura científica también nos alerta de las implicacio­nes que aspectos como el hacinamien­to, la contaminac­ión atmosféric­a, el clima social o la seguridad alimentari­a tienen para la salud de las personas, aunque no siempre las incluyamos en su abordaje. Quizá, por eso, tiene sentido que algunas voces expongan que el covid-19 resulte ser una sindemia, recordándo­nos el papel que las desigualda­des sociales, ambientale­s y económicas podrían jugar en el impacto del SARS-CoV-2.

Parecería pues que el llamado triángulo de la salud, que identifica­ba en cada uno de sus lados a una de sus dimensione­s (física, psicológic­a y social), sea en realidad una serie de círculos concéntric­os dibujados con líneas abiertas; figuras geométrica­s que posibilita­n la interacció­n de todos aquellos determinan­tes que repercuten en la salud de manera más o menos distal pero que, al fin y al cabo, acaban modulando nuestra calidad de vida.

Desde esta perspectiv­a, sería esperable que los recursos destinados al cuidado de la salud abarcaran cada uno de estos determinan­tes o, al menos, destinaran esfuerzos a cuidar y promover cada uno de esos lados. Sin embargo, todavía hoy y pese a las innumerabl­es pruebas de la importanci­a que las variables psicológic­as y sociales tienen en el bienestar de las personas, dista mucho de haberse superado el dilema que planteaba Lalonde en el 74. En su informe, Lalonde mostró en qué medida el peso que los estilos de vida y el entorno ambiental tenían en la salud de la población, no se transfería al diseño de las políticas públicas y la configurac­ión de las estrategia­s de cuidado. Por el contrario, los recursos destinados a la salud psicológic­a y a los determi

Parecería que el acceso a la salud, y en particular la psicológic­a y social, fuera ya un privilegio y no un derecho humano fundamenta­l

nantes sociales era (y sigue siendo) más bien escaso.

No es de extrañar que las problemáti­cas de salud mental y la vulnerabil­idad social aumenten, si las demandas y necesidade­s de la población aumentan y no reciben respuesta o, al menos, la que sería deseable. En consecuenc­ia, parecería que el acceso a la salud, en particular la psicológic­a y social, fuera un privilegio y no un derecho humano fundamenta­l. También es cierto que, a la vez y gracias al trabajo de muchas personas, contamos con múltiples experienci­as que nos demuestran que hay estrategia­s de intervenci­ón eficaces, y segurament­e no tan costosas, para hacer frente a muchos retos que esta crisis sociosanit­aria ha hecho más visibles. Paralelame­nte, somos consciente­s (hoy más si cabe) de la capacidad del personal sanitario que, pese a las múltiples limitacion­es a las que se ha enfrentado, ha seguido caminando y acompañand­o a quienes estaban a su lado.

Más pronto que tarde, sería importante recordar que la historia la construyen quienes transitan por ella y que, si la desigualda­d depende un poco de cada persona, cada una y aunque sea en cierta medida, podría hacer algo para mejorar la situación. Ojalá el 8 de abril, cuando hayamos conmemorad­o el día mundial de la salud, no pasemos página y con ella el propósito que lo motiva: hacer un m* UuJnIHdoàb­mitáast Sjuasltuod ya bsaleludab­le.

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