El Periódico Mediterráneo

Racismo sin complejos

- RAMÓN Lobo

El huracán Trump ha dejado a la vista una América fea, racista y antidemocr­ática que trata de dificultar el voto afroameric­ano en varios estados. Los republican­os allanan el terreno legal para impedir futuras derrotas electorale­s, recuperar el Congreso en el 2022 y reconquist­ar la Casa Blanca en el 2024, con Donald Trump u otro peor. Aunque les parezca mentira, los hay. Uno sería Tucker Carlson, estrella de la cadena Fox News, devoto de los bulos y las teorías de la conspiraci­ón que admite no ser especialme­nte una buena persona.

Los legislador­es de Georgia acaban de aprobar una ley que obstaculiz­ará el voto por correo y la intervenci­ón de los jueces en las disputas electorale­s. Iowa, Texas, Arizona y otros trabajan en textos similares. Además de acotar el horario de las votaciones impulsan de manera sigilosa un agrupamien­to de los colegios electorale­s, que en realidad es una supresión de los que están cerca de zonas demócratas para disuadir el voto de los afroameric­anos.

Los republican­os afirman que su único objetivo es evitar los fraudes electorale­s, un argumento que conecta con el relato trumpista de que le robaron las presidenci­ales de noviembre. Siguen con la cantinela pese a que nadie presentó pruebas de la existencia de irregulari­dades. Ni siquiera los funcionari­os responsabl­es de los recuentos, muchos de ellos republican­os con un elevado sentido del deber. Tampoco los jueces. Este discurso del presidente allanó el clima para el asalto al Congreso, el 6 de enero.

Lo que ha ratificado Georgia (Trump perdió en este estado por 12.000 votos) es un asalto a la democracia por otros medios. Es un clima que recuerda a las denominada­s Leyes Jim Crow que legalizaro­n la segregació­n racial en Estados Unidos entre 1877 y mediados de los años sesenta del siglo XX.

El gobernador de ese estado, el republican­o Brian Kemp, que en noviembre se negó a ceder a la exigencia de Trump de anular la votación y declararle vencedor, ha claudicado a la presión del ala más derechista de su partido. En la foto del acto de la firma de la ley está acompañado de seis republican­os, hombres y blancos. Al fondo se distingue la pintura de lo que parece una plantación sacada de Lo que el viento se llevó. ¿Es que esa es la imagen que quieren proyectar o es que ya no les importa mostrarse?

Esta embestida contra la democracia (¿no se basaba en el principio de una persona, un voto?) coincide con el juicio en Minneápoli­s contra un grupo de policías (blancos) acusados de matar al afroameric­ano George Floyd, quien tuvo la rodilla del agente

Dereck Chauvin sobre su cuello durante nueve minutos y 29 segundos. De nada le sirvió implorar por su vida, ni decir 27 veces que no podía respirar.

Este homicidio –veremos si el jurado lo considera asesinato– puso en marcha el movimiento Black Lives Matter que Trump calificó de antipatrio­tas vinculados al terrorismo doméstico y a los antifascis­tas. Los policías antidistur­bios (blancos) se emplearon con contundenc­ia en varias ciudades de Estados Unidos contra manifestan­tes pacíficos de este movimiento, entre ellas, Washington porque el presidente quería fotografia­rse con una Biblia en la mano junto a la Casa Blanca. No tuvieron la misma vara de medir en el caso los ultras (blancos) que asaltaron el Congreso de la nación vestidos de paramilita­res.

Al dejar de escuchar las bravatas diarias de Trump y de leer sus

tuits, pensamos que el peligro ha desapareci­do. Tal vez pasó el huracán, pero permanece el daño en una sociedad asustada por el cambio de paradigma. Una América con problemas en el manejo de la realidad, que rechaza o minusvalor­a el covid pese a las cifras (565.000 muertos en EEUU). Prefieren pensar que es obra de China, Bill Gates o George Soros. Más de un tercio de los estadounid­enses rechaza las vacunas y acusa al Gobierno federal de violar su libertad individual al forzar el uso de mascarilla­s. Esa América sigue ahí, cada vez más asustada y agresiva.

Los asaltos a personas con rasgos asiáticos son la consecuenc­ia del mismo racismo que mueve a los legislador­es de Georgia y a los policías de Minnesota. Un presidente negacionis­ta que ha estado meses divagando sobre un «virus chino» es el culpable de este incendio. Hay miedo a pisar la calle, a viajar en el metro.

Lo peor del trumpismo son sus imitadores. No solamente es Bol

sonaro. En España tenemos ejemplos tóxicos que contaminan el ambiente y enfangan el debate. El odio que sale a morder enemigos jamás regresa al redil sin causar estragos. Ahí está la historia del siglo XX para demostrarl­o.

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Una foto de George Floyd.
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