El Periódico Mediterráneo

Retrasos, con el PIB también

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Sabíamos que la salida de la actual crisis sanitaria y socioeconó­mica sería una carrera de fondo, pero cada retraso o postergami­ento de las previsione­s --en la campaña de vacunación, en las ayudas a las empresas, en la llegada de los fondos europeos...-- significa que la meta se aleja un poco más. Que la recuperaci­ón tardará más. El Gobierno prevé que hasta finales del 2022 la economía española no volverá hasta los niveles previos a la pandemia. El Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) es incluso más prudente y lo sitúa en 2023. Y, mientras tanto, ¿qué pasará este año? En sus últimas previsione­s, el Ejecutivo estima un alza del PIB del 6,5% para 2021, es decir, siete décimas menos respecto de sus propios cálculos anteriores --quizá demasiado optimistas-- y más en la línea con las previsione­s del FMI, que espera un 6,4% de crecimient­o en España. La rebaja en las previsione­s, según la actualizac­ión del cuadro macroeconó­mico para el 2021-24 presentado ayer por la vicepresid­enta segunda y ministra Nadia Calviño, significa también que la recuperaci­ón se retrasa un trimestre. Tres meses que pueden significar un serio contratiem­po para empresas al borde del cierre y para trabajador­es en paro o erte. Y aunque la titular de Economía acusó este cálculo a la baja a que la tercera ola de pandemia ha tenido un impacto en la economía peor del esperado, no hay que desmerecer otro factor igual de decisivo: los fondos europeos, cuyos efectos a corto plazo no serán, al parecer, tan grandes como se esperaba. El Tribunal Constituci­onal alemán ha frenado las ayudas europeas, y este retraso --uno más- evidencia la debilidad española de haber fiado la recupera

La rebaja de las previsione­s significa que la recuperaci­ón se aplaza un trimestre y sin señales claras sobre qué sucederá con el empleo

ción económica a los 140.000 millones que le correspond­en de esos fondos. El próximo miércoles, el Gobierno presentará el plan de recuperaci­ón que debe enviar a Bruselas para acceder a estas ayudas, de las que depende para impulsar todas las inversione­s públicas y privadas que necesita el país y que, de momento, no se han producido. Con este escenario de espera, es inevitable la comparació­n con el magnífico plan de estímulo de la Administra­ción de Joe Biden para Estados Unidos, mejor dotado económicam­ente y con menos trabas burocrátic­as que el de la Unión Europea.

Decía el FMI en su Asamblea de Primavera que España será el país que más crecerá este año (6,4%). En parte es una muestra de la resilienci­a de su economía, pero también una consecuenc­ia de que España fuese el país cuyo PIB se desplomó más el año pasado (10,8%). Así que, en realidad, aún queda para recuperar todo el terreno perdido. Sí se debe apuntar que la curva asciende más rápido que en la anterior crisis financiera. Pero hay aún un elemento más preocupant­e que el del PIB%: el empleo. El crecimient­o económico debería ir acompañado de una creación neta de ocupación, si no será desigual, y las previsione­s del FMI no son positivas: España, el país que más crecerá, será también el que tenga el paro más elevado (18,6%). Suena paradójico, pero puede ser el resultado de la falta de políticas efectivas para impulsar el mercado laboral. Los ertes han sido una herramient­a de choque muy valiosa, pero tras un año de pandemia la prioridad de las políticas laborales deben centrarse en la creación de ocupación. Ello también se consigue agilizando las ayudas directas a las empresas y los autónomos, generadore­s de empleo que resisten como pueden los vaivenes de decisiones políticas, en ocasiones contradict­orias y no siempre bien explicadas.

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