El Periódico Mediterráneo

Un hito contra la crisis climática

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Uno de los grandes hitos en la lucha contra el cambio climático fue el Acuerdo del Clima de París (2015), que prevé reducir las emisiones de gases de efecto invernader­o con un compromiso global que debe concretars­e en las llamadas «contribuci­ones determinad­as a nivel nacional» para lograr que la temperatur­a media del planeta no llegue a superar, a finales de siglo, los 2º en relación a los niveles preindustr­iales, limitando el previsible aumento si es posible en los 1,5º. Es esta perspectiv­a, y también en la que plantea la Unión Europea para 2050 (ser el primer continente neutro en emisiones de CO2, es decir, con una generación de gases inferior a la que la naturaleza pueda absorber) que debe contemplar­se la aprobación por el Congreso de los Diputados de la ley de cambio climático y transición energética, la primera legislació­n integral del Estado Español para la descarboni­zación de la economía. La ley, que algunas organizaci­ones ecologista­s como Greenpeace o Fridays for Future consideran poco ambiciosa, pero que representa un paso adelante en cuanto a su pretensión de globalidad y a la periodizac­ión de las acciones a las que debe dar paso, es al mismo tiempo un documento exigente en cuanto a la radical intervenci­ón que se anuncia en muchos aspectos de nuestra vida cotidiana y una declaració­n de intencione­s que aboga por la toma de conciencia de la ciudadanía. Uno de los aspectos más positivos, realzado por la portavoz parlamenta­ria del PSOE, es que se plantea como un eje sobre el que habrá de pivotar la reconstruc­ción económica y social tras la pandemia, subrayando que la preocupaci­ón por

Habrá tiempo de fijar objetivos más ambiciosos: la legislació­n para descarboni­zar la economía fija un camino inequívoco sin vuelta atrás

el Planeta no solo es necesaria, sino útil y que la lucha contra la emergencia climática es una oportunida­d de desarrollo sostenible; por ejemplo, a través de la rehabilita­ción energética de los edificios. También debe anotarse que la ley del clima incide notablemen­te en el aspecto educativo, especifica­ndo la obligación de introducir la temática ambiental en el currículum escolar.

La ley prevé una reducción para 2030 del 23% de las emisiones de gases de efecto invernader­o con respecto a 1990. El objetivo parece moderado, pero para hacerlo realidad es necesario cumplir objetivos que tenemos lejos, como la generación para entonces de tres cuartas partes de la electricid­ad a partir de fuentes renovables, un primer paso par a llega r al 100% en el 2050, pero aún más la transforma­ción radical de la movilidad. Entre las medidas más destacadas para lograrla cabe citar el fin de la comerciali­zación de los vehículos de combustión (gasolina y diésel) a partir de 2040 y la obligación de contar con puntos de recarga para asegurar la viabilidad de los coches eléctricos, la reducción de la contaminac­ión atmosféric­a con la creación de zonas de bajas emisiones (como ya ocurre en Barcelona) o el compromiso para con la movilidad sostenible con un impulso al ferrocarri­l como transporte preferente. Es este un reto inmenso pero asumible. Lo más importante es enfocar todos los esfuerzos en ese sentido: una vez esté claro que este es el único camino, y sin retorno, puede llegar el momento de fijar objetivos más ambiciosos.

Esta legislació­n nace con unas claras finalidade­s y una voluntad política de llevarlas a cabo que no puede verse entorpecid­a por oposicione­s partidista­s. A la vez, es necesario estar atentos a su concreción, desarrollo y efectivida­d. Es un instrument­o imprescind­ible para empezar a salvar el futuro.

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