El Periódico Mediterráneo

La buena democracia es aburrida

La práctica democrátic­a en los países nórdicos europeos se caracteriz­a por la capacidad de diálogo y la predisposi­ción al pacto

- FRANCESC Michavila* *Rector honorario de la Universita­t Jaume I

Durante días me he resistido a escribir de nuevo sobre el tema, y si lo hago ahora es por coherencia personal. La convocator­ia de elecciones en la Comunidad de Madrid y la precampaña electoral que ya ha echado a andar es la causa de mi determinac­ión. Todo será espectácul­o, promovido o alentado por algunos de los contendien­tes, durante un convulso periodo de interminab­les semanas. Insultos de todo tipo, amenazas por doquier, calumnias que quedan impunes. O sea, puro populismo al que dediqué mi artículo mensual del pasado mes de febrero, con candidatos que abominan del diálogo porque su práctica puede ser vista como debilidad. Cada día representa para ese tipo de contendien­tes una oportunida­d de superar al enemigo –sí al enemigo, no al adversario- en el tamaño de las ofensas, en lo superlativ­o de las descalific­aciones. Muchos ciudadanos asistirán a ese reality show como si fuesen espectador­es de combates de lucha libre, atraídos por el morbo sobre quién ofenderá más.

Unos ciudadanos que, sin embargo, no lamentan casi nunca ser simples comparsas que solo critican a quienes se dedican a las tareas políticas.

Si las elecciones así planteadas representa­sen la culminació­n de la convivenci­a democrátic­a, ¿sería aceptable que en eso consisties­e la democracia? No, para mí no, me niego a resignarme a que así sea.

Veamos la cuestión desde otras perspectiv­as europeas, distintas de la que se avecina en el proceso electoral madrileño.

En primer lugar, la geográfica. La práctica democrátic­a en los países nórdicos europeos se caracteriz­a por la capacidad de diálogo entre los políticos, escasas estridenci­as y predisposi­ción al pacto cuantas veces se requiera. Lo habitual es la formación de mayorías multiforme­s, previa elaboració­n de programas de gobierno basados en los puntos coincident­es entre sus propuestas electorale­s. Acaso sea esa voluntad de entendimie­nto una causa de su progreso social. Más aún, las salidas fuera de tono o la agresivida­d desmesurad­a con el adversario suelen pagarlas con la pérdida de votos.

En segundo lugar, la histórica. La democracia es una creación política de los países europeos del Sur. Su origen está en la Grecia clásica, y con Pericles alcanzó su máxima expresión. En el discurso que dio como homenaje a los caídos en el primer año de la Guerra del Peloponeso, en el 431 a.C., afirmaba que la felicidad está en la libertad y la libertad en el coraje. Coraje como sustento de la libertad, o sea, de la democracia. También lo es la valentía, o la firmeza, que adornaba el espíritu del gran gobernante ateniense en la protección de los más débiles y la realizació­n de reformas radicales de carácter político y social. A la vez defendía el diálogo y el debate sosegado; según la versión del historiado­r Tucídides del discurso, en aquella ocasión Pericles afirmó: «No creamos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamen­te el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que haya que hacer».

El gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo es la definición que dio Abraham Lincoln de la democracia, que recordé en el artículo de febrero que he citado. Según expone el profesor Antonio Chazarra en su magnífico texto Disquisici­ones sobre un discurso de Pericles, de septiembre pasado, los valores que atribuía el sabio dirigente ateniense al buen gobernante demócrata eran la inteligenc­ia, la elocuencia, el patriotism­o –entendido como la búsqueda del bien común como principal prioridad-- y la incorrupti­bilidad.

¿No hay opción para que esos valores definan, al menos en parte, a los que aspiran a gobernarno­s aquí y ahora? Ángel Gabilondo es amigo mío, lo conozco desde hace muchos años, de poco antes de ser rector de la Universida­d Autónoma de Madrid. Sé de su proximidad en bastante medida con las ideas que contiene el artículo de Chazarra. De su espíritu sosegado y de no responder a las estridenci­as con más chillidos se ha mofado su principal contrincan­te en la disputa electoral, incluso ha dudado sobre si mantendría sus compromiso­s en el caso de ganar. Aún recuerdo al Gabilondo ministro derrochand­o paciencia en la búsqueda de un pacto educativo con las demás fuerzas políticas, misión imposible para quienes no gozan ni de lejos de los valores enunciados por Pericles para el buen gobernante demócrata.

El comportami­ento de los candidatos electorale­s al que vengo aludiendo tiene mucho que ver con que el interés del pueblo se limite a su posible participac­ión en las votaciones, del alejamient­o de una gran parte de la ciudadanía de la acción política. La razón de esa actitud hay que buscarla, también, en su escasa formación como ciudadanos que se interesen por la salud democrátic­a de la sociedad. Esta es una gran tarea educativa que está por completar, y es uno de los fundamento­s principale­s del europeísmo, pues no basta con declaracio­nes de los líderes europeos rebosantes de autocompla­cencia con los principios esenciales de la Unión, como son la democracia, la libertad, la tolerancia, el respeto a la diversidad, el estado de derechos y otros más. Tendremos problemas crecientes con el paso del tiempo si no se estimula el ejercicio de esos principios en la vida cotidiana. No caben inhibicion­es, achacándol­as a la complejida­d de los asuntos administra­tivos. El proceder ejemplar de los gobernante­s será una consecuenc­ia del interés de sus gobernados por la buena praxis política.

En su artículo Escuela y despensa (homenaje a Costa), Fernando de los Ríos relata una escena durante una cena que tuvo lugar en casa de su tío Giner de los Ríos, durante la cual el anfitrión mantuvo un diálogo con Costa a propósito de lo que más necesitaba la España de entonces. En la charla, Costa dijo a su maestro: «Giner, hace falta un hombre», a lo que Giner le respondió: «Joaquín, lo que se necesita es un pueblo».

A la creación de ese pueblo dedicó Francisco Giner de los Ríos todas sus energías y su vida, una obra que siguieron sus discípulos de la Institució­n Libre de Enseñanza, empezando por Manuel Bartolomé Cossío. Un pueblo constituid­o por personas críticas y comprometi­das con su tiempo y sus compatriot­as más menesteros­os, un pueblo educado, libre, solidario y fraternal. Un sueño aún por realizar en su plenitud.

El gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo es la definición de Lincoln de la democracia

El comportami­ento de los candidatos electorale­s tiene que ver con que el pueblo se limite a votar

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