El Periódico Mediterráneo

El Brexit prende fuego al Ulster

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El Partido Unionista Democrátic­o y otras organizaci­ones protestant­es han condenado los disturbios, pero han mostrado cierta comprensió­n

Fueron demasiadas las voces que advirtiero­n de que el Brexit era un torpedo en la línea de flotación del Acuerdo de Viernes Santo de 1998 que pacificó el Ulster como para que ahora pueda sorprender la semana de disturbios que han sacudido Irlanda del Norte. Los jóvenes airados de la comunidad protestant­e que prendieron fuego a mobiliario urbano y a autobuses mostraron hasta qué punto se puede degradar la situación y hasta qué punto la frontera comercial que de facto se ha establecid­o en el mar de Irlanda ha erosionado la coexistenc­ia de dos comunidade­s que han estado históricam­ente enfrentada­s.

Al concretars­e el Brexit se estableció que el Ulster permanecer­ía a todos los efectos en el seno del mercado único para garantizar una relación sin cambios entre las dos Irlandas. Se fijó así que el control aduanero del Reino Unido con la Unión Europea estuviese en la isla de Gran Bretaña con el fin de no solivianta­r a la comunidad católica republican­a, a la que se garantizó que la divisoria entre las dos Irlandas se mantendría como una frontera blanda. Pero tal solución alarmó a los unionistas, o al menos a una parte de ellos, que no aceptan que el Ulster se mantenga separado del resto del Reino Unido en los intercambi­os comerciale­s.

Era solo cuestión de tiempo que saltara la chispa y zozobrara el clima de convivenci­a trabajosam­ente asentado desde hace más de 20 años. Aunque el Partido Unionista Democrátic­o y otras organizaci­ones protestant­es han condenado los disturbios, no se han privado de mostrar cierto grado de comprensió­n por las razones que han llevado a una minoría de jóvenes a incendiar la situación. En estos últimos alienta un sentimient­o de frustració­n y de abandono del Gobierno de Londres; para la comunidad católica, cualquier restricció­n en los intercambi­os con la República de Irlanda sería una afrenta, algo inaceptabl­e.

Puede decirse que la aplicación del Brexit en el Ulster amenaza con llevar a la casilla de salida el conflicto intercomun­itario: la mayoría protestant­e quiere seguir siendo parte del Reino Unido; la minoría católica se considera víctima de una descoloniz­ación incompleta, la que alumbró la República de Irlanda mediante un largo y tormentoso proceso de separación.

Asoman de nuevo los demonios familiares de un cruento conflicto que se prolongó 30 años (19681998) y causó 3.500 muertos sin que, por lo demás, el Gobierno de Boris Johnson aparezca como el mejor dotado para serenar los ánimos. Porque desde el principio el Partido Conservado­r ha asumido el estatus especial del Ulster como una imposición de la UE que muchas voces interpreta­n como una limitación de la soberanía nacional, mientras los políticos católicos entienden que es la única forma aceptable para evitar que se quiebre la paz.

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