Una Europa somnolienta
La Europa de los discursos ilustrados, impecablemente civilizados, ha devenido en pura retórica
Alguien dijo que los corazones de los humanos moran en la misma soledad. Una cierta sensación de desamparo --una variante de la soledad-- recorre Europa y buena parte del mundo. Sin duda el esfuerzo protagonizado por los sistemas sanitarios para afrontar la pandemia pasará a la historia y lo hará en mayúsculas radiantes. Eso ya sabemos que enaltece la condición de la especie humana y queda a salvo de toda crítica. Gracias de nuevo.
Pero la incesante prolongación de este episodio de carestía de vacunas y remedios constituye un verdadero episodio reprensible que nunca hubiésemos imaginado. Esta Europa somnolienta y arrugada no tiene excusa. Minuto y resultado de escándalo. No hay pretexto posible. La exhibición de desidia enerva a todos aquellos que precisamente militamos en el europeísmo y no estamos dispuestos a dejar de hacerlo. Husserl definía Europa como una actitud. Una actitud crítica, profundamente reflexiva, metódica, abierta, racional, humanista. Europa son valores o no es nada. Los valores mueven el mundo, no lo retienen.
Hemos perdido en el contexto multilateral la batalla por el 5G, la carrera por la inteligencia artificial y otras lindezas tecnológicas del tiempo histórico que nos ha tocado vivir. Tal vez podamos remontar, mediada la voluntad y el despertar político por superar la indolencia presupuestaria y el desorden de objetivos imperante. Tal vez volvamos a encontrar el norte y nuestro papel en un mundo nuevo. Pero donde no tenemos
Urge un golpe de timón que devuelva la credibilidad y la esperanza en el proyecto de una Europa unida
excusa, ni coartada ni vergüenza es en la ausencia de valores humanistas para afrontar la peor tragedia registrada desde la Segunda Gran Guerra.
La Europa de los discursos ilustrados, impecablemente civilizados, ha devenido en pura retórica. La misma que ha raído todas las banderas nobles desde los orígenes de la civilización. La elocuencia sin hechos. Sí, una Europa con pies de barro que no ha podido, sabido o querido asumir el liderazgo de funcionar como un reloj suizo en la gestión de las patentes, fabricación y distribución continental y global de las vacunas. Una Europa espectadora cuando tocaba no solo actuar sino bordar la mejor actuación de su historia. Era ahora o nunca. ¿Qué más tiene que pasar para que toda la maquinaria y la arquitectura institucional de la UE esté a la altura de las circunstancias?
Soy muy consciente de que habrá contrargumentos para cada una de estas observaciones improvisadas y tal vez inconexas que esbozo en estas líneas. Pero la realidad es tozuda y el desconcierto indisimulable. Europa ya no es una autoridad moral en el mundo. Hoy Europa yace noqueada en la lona a merced de toda suerte de mercantiles, pícaros y hampones. Atrapada en su propio laberinto, en la complejidad de sus tratados y el grosor de su ombligo. Mientras la vida fluye o agoniza al margen. Urge un golpe de timón que devuelva la credibilidad y la esperanza.