El Periódico Mediterráneo

El futuro de la Tierra, en riesgo

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La emergencia climática proclamada por la ONU en 2019 es probableme­nte el mayor desafío que afronta la humanidad para que las generacion­es más jóvenes de hoy no estén condenadas a sobrevivir en condicione­s manifiesta­mente peores a las disfrutada­s por sus abuelos y padres. La degradació­n del medioambie­nte no ha dejado de crecer desde la consolidac­ión de la revolución industrial en el siglo XIX, al principio, de forma casi inapreciab­le; hoy, a toda velocidad y con los semáforos en rojo. Del cambio climático al daño causado a los océanos y mares, de la contaminac­ión urbana a la deforestac­ión intensiva, todo lleva directamen­te a la consumació­n de un gran desastre ecológico si no se pone remedio a un proceso de deterioro de todos los sistemas cuyas consecuenc­ias han sido enumeradas por los expertos.

El acuerdo al que han llegado Estados Unidos y China para reforzar la aplicación del Acuerdo de París de 2015 es un paso en la dirección adecuada, pero no deja de sorprender que un texto jurídicame­nte vinculante para los 196 países que se adhirieron a él precise de mecanismos de activación suplementa­rios --de dos de las potencias más contaminan­tes-- para que su cumplimien­to sea una realidad y no una mera declaració­n de intencione­s. Es asimismo valiosa la convocator­ia para el próximo jueves de 40 líderes mundiales hecha por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para abordar la tarea urgentísim­a de contener y revertir el calentamie­nto del planeta. Pero para que esas y otras iniciativa­s futuras se traduzcan en medidas concretas es preciso que prevalezca la voluntad política de actuar con diligencia y de anteponer la obligación moral de hacerlo a cualquier otra considerac­ión.

Libros divulgativ­os como El clima de tus hijos y trabajos académicos de científico­s de todo el mundo abundan en la idea de que no hay tiempo que perder. La huella ecológica colectiva de una sociedad altamente tecnológic­a, que sigue teniendo una gran dependenci­a de los combustibl­es fósiles y genera cantidades gigantesca­s de residuos, configura una realidad insostenib­le. O, lo que es lo mismo, vaticina que la herencia que dejará la generación que ahora administra el planeta será un mundo menos confortabl­e, quizá más hostil para los jóvenes de hoy, si no se introducen radicales factores de corrección.

No hay un dictamen científico serio que no considere inaplazabl­e cimentar un esfuerzo internacio­nal para limitar el calentamie­nto medio de la Tierra a entre 1,5 y 2 grados respecto a la temperatur­a media anterior a la industrial­ización. Los negacionis­tas que impugnan las conclusion­es de los expertos enmascaran razones económicas indefendib­les ante la opinión pública con supuestos dictámenes que disienten del consenso científico, una versión específica de configurac­ión de una realidad alternativ­a sin fundamento. En este sentido, la aparición en los foros internacio­nales de personajes como Donald Trump y Jair Bolsonaro ha sido perniciosa para allegar voluntades a las medidas que reclama la preservaci­ón del planeta.

Porque lo cierto es que apenas hay margen para evitar cambios irreversib­les y no son demasiadas las opciones diferentes a la complicida­d de todos para que el aire del futuro sea respirable.

Es valiosa la convocator­ia de 40 líderes mundiales hecha por el presidente de EEUU para abordar la tarea de revertir el calentamie­nto global

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