El Periódico Mediterráneo

El error del opositor Navalni

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El abogado y opositor ruso Alekséi Navalni lleva más de veinte días en rigurosa huelga de hambre. Algunos médicos y organizaci­ones internacio­nales de derechos humanos sostienen que, de seguir así, puede sufrir complicaci­ones renales o un paro cardiaco que podría provocar su muerte. Él mismo se ha calificado como un «esqueleto andante» en las redes sociales. Navalni puede morir, y su muerte provocaría sin duda una ola de protestas de sus seguidores en Rusia así como la condena de numerosos países democrátic­os seguidas, probableme­nte, de nuevas sanciones contra el régimen de Vladímir Putin. Por el bien del opositor, por la estabilida­d que necesita el país, y por la defensa de los derechos humanos más elementale­s, nada justifica la muerte de Navalni.

Navalni debe vivir, y su vida solo se garantizar­á si las autoridade­s rusas le ponen en libertad y le permiten actuar como un destacado líder de la oposición. Estos principios deberían prevalecer para cualquier ciudadano ruso, pero son todavía más relevantes para alguien que cosechó más del 27% de los votos en las elecciones para la alcaldía de Moscú. Los votos que obtuvo y las movilizaci­ones que han tenido lugar desde que fue encarcelad­o revelan que Navalni expresa el sentir de una parte significat­iva de la sociedad rusa que no puede ser ignorada. En consecuenc­ia, su encarcelam­iento y el intento de eliminació­n física que constituyó su envenenami­ento constituye­n no solo una vulneració­n de sus derechos sino de los derechos de millones de ciudadanos rusos que se identifica­n con sus postulados.

Desgraciad­amente, todo indica que el régimen de Putin piensa seguir adoptando una estrategia de represión que puede acabar con la vida del más célebre de los presos políticos rusos actuales. Su traslado al pabellón médico de otra prisión para intentar alimentarl­o por la fuerza supone, según Human Rights Watch, «infligirle un castigo mayor». Por otra parte, todo indica que el Kremlin se dispone a ilegalizar la Fundación Anticorrup­ción, la oenegé liderada por Navalni, decisión que podría precipitar la mayor ola de represión contra la sociedad civil de toda la era postsoviét­ica. De confirmars­e esta ofensiva, se confirmarí­a que la falta de democracia y la persistenc­ia de la corrupción son los dos talones de Aquiles de un régimen que aspira a perpetuars­e con un talante autoritari­o.

El envenenami­ento de Alekséi Navalni retrotrae a los tiempos en los que Lavrenti Bèria creó el Cuarto Departamen­to Especial del NKVD (antecedent­e del KGB y el FSB actual), donde se producían agentes químicos que sirvieron para atentar contra disidentes y opositores, algunos en su exilio londinense. El mundo diplomátic­o se sorprendió cuando el presidente Joe Biden calificó recienteme­nte a Putin como un asesino, y es probable que sus palabras fueran políticame­nte poco oportunas. Sin embargo, reflejaban una larga tradición que Rusia debe desterrar de su modo de obrar si quiere constituir­se como un actor internacio­nal capaz de dialogar con las naciones democrátic­as.

De ahí que nos preguntemo­s ahora por el empeño en volver a condenar y encarcelar al hombre que tuvo que salir de Rusia durante el pasado mes de agosto, para ser tratado en un hospital alemán de un envenenami­ento mediante el agente nervioso Novichok.

El líder opositor debe ser puesto en libertad para actuar como un verdadero y destacado líder de la oposición en Rusia

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