El Periódico Mediterráneo

Isabel Bonig

- BASILIO Trilles*

Isabel Bonig dio una lección de altura en su emotiva despedida en Les Corts. Días después las encuestas avalaban la labor de la hasta entonces presidenta del PPCV, que durante años asumió el marrón de abanderar unas siglas manchadas por numerosos casos de corrupción. Admiradora de Margaret Thatcher, aunque nacida en el seno de una familia de históricos militantes socialista­s, Bonig se ha dejado la piel en estos seis años de responsabi­lidad, coraje y conviccion­es. La pasta especial de la que está hecha hizo posible que en los momentos más negros y duros diera la cara con tanto arrojo como dignidad. Tuvo que lidiar en terreno muy embarrado, mientras caían chuzos de punta desde la tormentosa podredumbr­e de los procesos judiciales que afectaban a lo más granado de los populares valenciano­s: Fabra, Rus, Alperi, Castedo, Camps, Blasco y Zaplana, entre otros. Cuando Zaplana

fue detenido por la Guardia Civil, de inmediato Bonig pidió a Génova que lo expulsara. A la que fuere conocida como la Dama de Hierro del PPCV nunca le tembló el pulso en el intento de devolver a su partido el buen nombre, mancillado por una ristra de incalifica­bles. En su adiós afloró la generosa humanidad de la que son acreedores los mejores líderes, aquellos que trabajan por unos ideales a pecho descubiert­o y entienden que los de enfrente son rivales, nunca enemigos.

En el aleccionad­or episodio de despedida, Bonig culminó con la valentía del «nos equivocamo­s reprobando a Rita Barberá. Pido perdón». Ejemplo a seguir que desvela un deseable talante, hoy más necesario que nunca en el ruedo político, que a ella le viene de casta. El respeto por las personas y las ideas, el mejor legado de Isabel Bonig. Grande.

*Periodista y escritor

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