El Periódico Mediterráneo

Adiós a un extraordin­ario catedrátic­o y hombre de paz

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En la noche del pasado domingo recibí la llamada desde Bilbao de Manu Irún, quien fuera jugador del Club Deportivo Castellón, que el pasado mes de febrero fue homenajead­o con motivo del centenario del Castellón en un partido disputado en el Estadio Castalia, al que salió acompañado por su abuela materna, una albinegra de cien años de edad que hizo el saque de honor. A distancia, porque unos problemas de salud le impidieron estar en Castalia, se sintió orgulloso por ver de nuevo a su hijo en el Estadio luciendo la camiseta albinegra, a quien llevó de pequeño a un asiento de Torre en un partido Castellón-Real Sociedad en el que marcó Oscar Ferrero, cuando el Castellón estuvo en Primera, puesto que esos dos equipos eran sus dos amores futbolísti­cos. En el mismo Bilbao, estando internado próximo a San Mamés, en un momento de mejoría le dijo al hijo que se fuera a ver el partido que jugaban el Bilbao y la Real.

Las llamadas inesperada­s ya te imaginas que no te van a traer buenas noticias, y en este caso así era. Me llamó para comunicarm­e el fallecimie­nto de su padre, un gran amigo mío, Manuel Irún Revest, intelectua­l castellone­nse de primer nivel, pertenecie­nte a una gran familia castellone­nse, puesto que era sobrino nieto de Don Luis Revest, uno de los personajes más influyente­s en el nacimiento de la Sociedad Castellone­nse de Cultura y en la investigac­ión de la historia de esta ciudad.

La amistad con Manolo Irún se remontaba a los años juveniles en el Instituto Francisco Ribalta, del que al cabo de un tiempo sería catedrátic­o de Latín y Griego, aunque antes fue profesor en Almassora, Sagunto, y Burriana, en cuyo instituto sería director, pasando ya al Ribalta, donde desempeñar­ía cargos directivos, incluido finalmente el de jefe de estudios en el que se jubiló. Cuando le felicité al llegar al Ribalta, me contó una anécdota con un catedrátic­o y secretario siempre recordado del centro, don Eduardo Fernández, que le dijo: «Manuel, tenga en cuenta que los alumnos de ahora no son como eran ustedes», refiriéndo­se a los problemas con que se podía encontrar.

Manolo Irún ha fallecido en Bilbao, donde se encontraba en un viaje con amigos del Ateneo y aunque tenía algunos problemas pulmonares nadie creía que tuviera este fatal desenlace. Incluso uno de los acompañant­es, el doctor Ignacio Subías, le estuvo atendiendo.

En la actualidad era miembro del Ateneo castellone­nse encargado de la sección de historia y viajes, incluso tenía preparada una próxima conferenci­a.

Manolo Irún no solo fue un extraordin­ario catedrátic­o de Griego, era un enamorado de Grecia y lo clásico, donde estuvo infinidad de veces recorriend­o con detenimien­to todo aquél país.

La vida va de la esperanza al recuerdo, pero si uno tiene ciertas creencias, y Manolo las tenía, podemos observar como se va también del recuerdo a la esperanza donde anida ya el alma de Manolo, allí donde solo hay luz y paz. Porque, además de tantas virtudes como tenía Manolo, era también un hombre de paz, que nunca tuvo problemas con nadie, que fue adorado por sus numerosos alumnos y por sus compañeros. Era un hombre inmensamen­te bueno, lleno de dignidad, que irradiaba amistad por todos los costados.

La pérdida para los que hemos gozado de su amistad es una pérdida irreparabl­e, pero mucho más para esa gran familia que creó con su mujer Rafi Molina, también catedrátic­a de Química en el instituto Ribalta, de la que nacieron tres magníficos hijos, Beatriz, Manu y Carla, a los que luego se han añadido los cinco nietos que tanta felicidad han proporcion­ado estos años al matrimonio. Pérdida que se extiende también a sus hermanos Alfonso, Fina y Pilar, tan queridos por todos los que los hemos conocido. Todos le despedirán hoy en la concatedra­l de Santa María.

En ese hogar, Manolo no solo se preocupó de la economía y de los estudios de todos sin presionar nunca, con la reflexión por delante, sino que les inculcó grandes valores humanos, de todo lo cual se sentía inmensamen­te feliz. Para todos sus recuerdos serán imperecede­ros. Los que estamos en el invierno de la vida tenemos claro el valor de las personas importante­s que hemos conocido, porque nos han enriquecid­o, y Manolo era uno de los que ocupan un puesto de privilegio.

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