Casi una película cualquiera
El otro día vimos en casa una película británica. Me encantó. No voy a hablar de ella más que para decir lo anterior, aunque mencionaré el título, ya puestos: The Party. Me sirve esta obra casi teatral para constatar varias cuestiones. La primera, nada baladí, quizá defina de un modo sutil qué es eso del amor. Ahora mismo me siento un poco Raymond Carver tecleando De qué hablamos cuando hablamos de amor. Y es que Georgia había empezado a ver la película ella sola y, según me contó después, a los pocos minutos, detuvo la reproducción para esperar a verla juntos. «Le va a gustar a Carlos» me dijo que pensó. En cuanto la cotidianeidad nos lo permitió pudimos disfrutarla juntos. Gestos así me recuerdan por qué me casé con ella.
Podría terminar la columna aquí, pero hay más detalles que quiero comentar. En la historia que nos narra la película se produce una circunstancia de tensión extrema acompañada de… ¡una pistola! Esto me lleva a pensar en cómo actuaríamos en caso de disponer de un arma de fuego y enfrentarnos a un problema de convivencia, ya sea con la pareja, en la comunidad de vecinos o incluso en una discusión política --¡o de fútbol!-- en el bar de la esquina. Quizá una manera de sobreponernos a una situación tensa o incómoda sea imaginar nuestro comportamiento si dispusiéramos de un arma --a veces una pistola se nos podría quedar corta, piénsese entonces en un bazuka, un tanque o directamente en una bomba nuclear--. Igual resulta un buen ejercicio el pensar que empuñamos un revólver y ver qué haríamos entonces. Algunos pensarán solo en el simple disparo, otros tal vez vean el problema desde otra perspectiva.
Resulta poderosa la imaginación. A veces podríamos decir que resulta beatífica, otras diabólica.
La brillante obra de Sally Potter --directora y guionista de la película en cuestión-- me hizo meditar también en los motivos por los que aprecio este tipo de narraciones, visuales en este caso. Adoro la imprevisibilidad. Una película, o una novela, en la que sin mucho esfuerzo uno anticipa qué va a ocurrir, cuál será la siguiente escena que contemplemos o leamos, me aburre, se des
Para gustos, dicen, están los colores. Mis favoritos tal vez se aparten de la escala cromática de la mayoría
gasta a sí misma. Prefiero incluso que me desagrade a que con un mínimo esfuerzo llegue a pronosticar su desenlace. Incluso diría más, lo que me molesta sobremanera es saber qué no va a ocurrir, que todos, todos, los tabúes se van a obviar. Los tabúes y también las aristas, los aspectos menos convencionales. O el maniqueísmo, tan en boga por desgracia. Aquellas narraciones en las que se vuelve complicado saber por dónde te van a salir los personajes hacia dónde va la trama, cuanto menos me mantienen pegado a la pantalla o a las páginas del libro.
Aún hay otra circunstancia a comentar: uno de los métodos para saber si una historia se sostiene es quitarle los muertos, sobre todo los asesinatos. Y sí, incluso en una obra de tintes policiales vale realizar este ejercicio. Si el único interés recae en saber quién, cómo, por qué… se cometió el crimen y todo lo demás es mero decorado, la obra carece de mi interés. Las mejores obras criminales nos hablan, más que del asesinato y de su resolución, del mundo, en concreto de su lado más oscuro.
Para gustos, dicen, están los colores. Tal vez mis favoritos se aparten de lo escala cromática preferida por la mayoría.
Al final he hablado de todo y de nada. Me alegro. Así es un poco la vida, así debe serlo. Ya puestos me atrevo a decir que también para la narrativa me vale esto. No olvidemos El libro del desasosiego de Fernando Pessoa o Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro. Dos excelentes libros sin tema, sin trama.