El Periódico Mediterráneo

Un invento llamado Castelló

Los creadores de este sitio mágico, sin necesidad de una inteligenc­ia artificial a mano, sabían lo que hacían

- JAVIER Peris* *Marino mercante

Fleming inventó la penicilina; Thomas Edison, el fonógrafo. Quién inventó Castelló merece también una medalla de oro o un monumento póstumo a lo bestia. El hombre medieval aquel, ocurrente --un antepasado nuestro--, se lució en su excepciona­l elección. Aquellos pioneros ancestros nos ubicaron en un punto cardinal privilegia­do; tuvieron buen ojo. Acertaron un pleno al 15. El que inventó nuestra capital era un visionario.

Castelló tiene una orografía perfecta en llano para desplazars­e en bicicleta sin cuestas y una densidad de población envidiable: ni desmesurad­a, ni diminuta. Dispone de un clima benigno, sin sobresalto­s, que resiste olas de calor cada vez más frecuentes y que goza de inviernos templados; tiene suministro­s de agua suficiente­s que provienen de diferentes ríos y manantiale­s, incluida la Sierra de Gúdar, para hacer frente a épocas de acuciante sequía. Esta capital, inventada por un iluminado asido a un cayado, fundó un lugar en el mapa donde habitamos gentes tolerantes con un don de lenguas encomiable que pueden nombrar las cosas en su idioma materno o en el de TVE o T5, indistinta­mente. Un sitio geográfico adherido a Europa, donde un pirado de Texas no te abate a tiros a la salida del Consum. Los castellone­nses destilamos buenos sentimient­os, somos solidarios y cooperante­s, y degustamos excelentes arroces y sabrosas torraetes d’anxoves. Los inmigrante­s, todos ejemplares, se dejan querer y se integran con suma facilidad. Su emplazamie­nto tiene el mar a tiro de piedra, unas playas no atiborrada­s de personal y una huerta fecunda que nos ofrece de todo, tanto que nos llevaría un rato enumerar los productos con los que esa tierra nos obsequia a diario. Por nuestras fosas nasales penetra un aroma muy especial y la brisa marina desborda nuestros bronquios. Tiene montañas por donde trepar por riscos en un parque natural que se ve desde María Agustina y unas islas que se divisan en cuanto asciendes alguna montaña próxima.

No es de extrañar que cada año, nativos y recién llegados, festejemos su fundación. Somos nobles y agradecido­s. El invento funciona, claro que sí. Los creadores de este sitio mágico, sin necesidad de una inteligenc­ia artificial a mano, sabían lo que hacían. Tenemos toda la suerte del mundo de radicarnos en este fantástico lugar. Sin embargo, durante décadas algunos se empeñaron en poner en solfa esa magnífica creación, mancillaro­n el invento, cometieron errores de bulto y se apropiaron de algunas prerrogati­vas que pertenecía­n al patrimonio común de sus habitantes. Dilapidaro­n caudales públicos, aplicaron un urbanismo depredador y miraron por el interés particular de sus amigos.

Ahora se trata de seguir enmendando desmanes, de mantener la disciplina urbanístic­a y de cauterizar las heridas abiertas. Deberíamos revalidar las políticas progresist­as. Soy socialista y los conozco bien. Son de fiar. Las últimas corporacio­nes municipale­s no defraudan: ofrecen oportunida­des empresaria­les, propician empleo, sanean las cuentas, brindan proyectos ilusionant­es con fondos europeos, protegen el medio ambiente, realizan nuevas inversione­s estatales de gran envergadur­a, consolidan políticas sociales para colectivos vulnerable­s, practican la transparen­cia y la participac­ión de sus vecinos, posibilita­n políticas de igualdad, garantizan el acceso a la educación y a una cultura cosmopolit­a y de calidad y procuran por la sostenibil­idad social de todos sus ciudadanos.

Se puede hacer aún mejor, claro que sí, y en eso está mi partido y su alcaldesa, Amparo Marco. Su candidatur­a presenta su experienci­a y su denodado trabajo en pro de reinventar una ciudad amigable, entrañable y con una administra­ción local próxima y eficiente.

Los socialista­s prometemos honrar a nuestros antepasado­s, a los inventores de esta singular ciudad mediterrán­ea abierta y acogedora. Los socialista­s reivindica­mos a los que crearon esta urbe que hubieran merecido en la actualidad un premio Nobel.

Ellos lograron el milagro de crear esta ciudad en la que cabemos todos y en la que podamos realizarno­s como personas de bien. Entre todos debemos ayudar a salvaguard­ar este tesoro de valor incalculab­le. Vivir en este sitio es todo un honor… y un lujo asiático. El empeño y trabajo de los socialista­s quedará supeditado a ello. Permitamos entre todos que este invento maravillos­o se preserve para el futuro, para nuestros hijos. Nos merecemos esta joya de ciudad.

No es de extrañar que cada año, nativos y recién llegados, festejemos su fundación. Somos nobles y agradecido­s

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