Homo ludens
Si, en principio, el ser humano era considerado como el homo sapiens por antonomasia, pronto surgió otro apelativo, el homo faber, el hombre que trabaja y fabrica. Pero junto a estas dos características, el investigador holandés Johan Huizinga halló otra, instigado, tal vez, por Ortega, al hablar del sentido deportivo y festival de la vida y mostrar la insuficiencia de las características antedichas: el homo ludens, el juego como función esencial, como fenómeno cultural y no como función meramente biológica. Así nació una nueva dimensión recogida en el libro Homo ludens, un referente en el que parece que, como dice el autor, «el juego es más viejo que la cultura».
Lo lúdico, en general, aparece en cualquier manifestación que llamamos cultural. No es un juego de niños --los niños juegan-- ni siquiera de los animales --los animales también juegan--. Su campo es mucho más amplio. Quizá la costumbre o el uso que se ha dado al juego ha desvirtuado su función al considerarlo como algo insustancial. Sin embargo, no hay que olvidar la importancia del juego en el desarrollo del ser humano. En el acto del juego se libera la tensión y las reglas impuestas por la cultura.
En el niño, sobre todo, se sientan las bases para el desarrollo del conocimiento y competencias sociales y emociones esenciales. Por otra parte, se aprende a forjar vínculo y a compartir y resolver conflictos.
EN EL MÉTODO
lúdico se proponen estrategias para crear un ambiente de armonía entre los estudiantes. Por eso ha de haber, junto al entrenamiento, una intención pedagógica.
El juego, por lo que se ha dicho y por lo que falta decir, no es un solo entretenimiento baladí, sino una cuestión de absoluta seriedad. Y, como decía un humorista (salvando las distancias): «no os fieis de las personas que no ríen (léase, «que no juegan») porque no son serias».