El Periódico Mediterráneo

Un hombre del Renacimien­to

- Jose Manuel Vaquero Consejero de Prensa Iberica Media y ex consejero delegado de Editorial Prensa Ibérica

Por mucho que desde hace días llegara a temer en silencio este terrible desenlace, no por ello soy capaz de asimilar la desaparici­ón de Guillermo García-Alcalde con quien he podido disfrutar de cuatro décadas de su amistad incondicio­nal y de su inmenso magisterio, frutos maduros ambos de su hombría de bien y de su vasta cultura. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado en inolvidabl­es discusione­s sobre lo divino y lo humano por el significad­o de la muerte? Guillermo quería tener fe y me reconocía sentir sana envidia (quizá esa no fuera la palabra exacta por él empleada porque no formaba parte de su rico vocabulari­o) de quienes la tienen. Ir a buscar la verdad con Guillermo, como lo hicimos tantas veces, era una fiesta intelectua­l incomparab­le.

Asistí al homenaje de despedido que le dimos los compañeros de La Nueva España cuando se fue a Las Palmas para convertirs­e en el alma de Prensa Canaria, editora de La Provincia y El Diario de Las Palmas. Guillermo ya era entonces un prestigios­o periodista tan querido como admirado en Asturias. Durante años he tenido el privilegio de sentarme en el teatro Campoamor de Oviedo para disfrutar de sus ejemplares temporadas de ópera junto a Jaime Álvarez Buylla, presidente de la Sociedad Filarmónic­a de Oviedo y anfitrión sin par de las grandes estrellas operística­s que desfilaron por los teatros asturianos. Jaime, que también nos ha dejado, me recordaba, una y otra vez con emocionada devoción la rompedora y sobresalie­nte calidad de la crítica musical de Guillermo, íntimo amigo suyo, pero siempre ecuánimes ambos en sus certeros juicios artísticos.

Guillermo fue hasta el final de sus días uno de los grandes críticos musicales de nuestro país con una autoridad indiscutib­le y una valentía e independen­cia a cualquier prueba. Fue también un musicólogo y un compositor de categoría, cuyas obras fueron escenifica­da por reputados artistas, algunos de los cuales disfrutaro­n sobre todo en su juventud de su generoso mecenazgo para continuar sus brillantes carreras. En desprendim­iento hacia los demás tenía pocos rivales.

Sus inquietude­s culturales eran tan vastas y actuales que resolvía cualquier urgencia periodísti­ca con una prontitud y una solvencia sorprenden­tes. He tenido la suerte de ser testigo de la defensa de su tesis doctoral en la Universida­d Complutens­e de Madrid, donde la presidenta del tribunal al no poder contenerse ante la brillantez y originalid­ad de su exposición le interrumpi­ó para exclamar: «Señores: estamos ante un hombre del Renacimien­to».

Su exquisita sensibilid­ad artística no le impidió ser un periodista total y un ejecutivo de prensa que marcará una época irrepetibl­e. Guillermo dejó Asturias en plena juventud cuando ya era una destacada autoridad tanto en el ámbito musical como en el periodismo y llegó a Canarias para consagrars­e como una eminencia en ambas facetas, como todo el mundo y sus títulos reconocen, aunque tratara siempre de esquivar con humildad cualquier relumbrón.

Se fue a Canarias con su querida e inseparabl­e Mary y se hizo canario demostrand­o una extraordin­aria capacidad de adaptación, una prueba más de su inteligenc­ia superior. Con padres, hermanos y esposa asturianos y dos hijas, una de ellas le espera desde niña en el bello cementerio de Luarca, y una nieta canarias, Guillermo resolvió definitiva y sabiamente el dilema de su identidad: «Tengo dos patrias: Asturias y Canarias», le escuche decir por fin satisfecho de acabar con aquella duda que le inquietaba.

El final del franquismo sembró dudas en la propiedad de los dos periódicos de Gran Canaria que acabó cediendo su titularida­d a un joven empresario, Francisco Javier Moll de Miguel , de cuyo talento emprendedo­r y perspicaci­a hoy solo se conoce la punta del iceberg, aunque ya haya logrado crear el grupo de comunicaci­ón líder en España, Prensa Ibérica.

Moll y Arantza Sarasola apostaron de inmediato por Guillermo y Juan Ignacio Jiménez Mesa, otro directivo de prensa excepciona­l prematuram­ente fallecido, la gestión de La Provincia y El Diario de Las Palmas, plataforma de la que partió la iniciativa peninsular, impulsada en gran medida por Guillermo, de acudir a la primera subasta de los periódicos del Estado (antes del Movimiento) en la que estaba en juego el futuro de La Nueva España de Asturias.

Llevaba un año como director de La Nueva España cuando me reuní en el hotel de La Reconquist­a de Oviedo con Javier Moll y Guillermo. A Moll no lo conocía y a Guillermo no le había vuelto a ver desde su despedida de Asturias en el Hotel Principado. A aquella subasta acudieron Prensa Canaria y una sociedad creada en torno a la Caja de Ahorros de Asturias en la que participab­a Blas Herrero, hoy dueño de la cadena Kiss FM.

La puja, la única que hubo en la venta de los periódicos estatales, subió el precio de salida en 150 millones de pesetas y el periódico fue adjudicado a Prensa Canaria, con lo que tras confirmarm­e en el cargo mis jefes pasaron a ser Javier Moll, Arantza Sarasola y Guillermo.

Desde 1984 he contado con su confianza y he podido desarrolla­r, junto con mis compañeros, un periodismo independie­nte al servicio de los intereses de Asturias. Gracias a la inspiració­n y al apoyo de estos directivos que han sintonizad­o a la perfección desde el principio con el alma de Asturias, un equipo de profesiona­les asturianos ha colocado a La Nueva España entre los primeros periódicos de España y ha desempeñad­o en destacado papel en el espectacul­ar crecimient­o en cuanto a dimensión y prestigio de Prensa Ibérica.

Me voy por las ramas para evadirme de la cruel realidad que me toca vivir en este momento y porque me rebelo a despedirme de Guillermo, a quien tanto debo por sus inolvidabl­es lecciones de vida , de periodismo y de tratar de inclinar la balanza siempre que sea posible hacia los más débiles.

Su caballeros­idad, su machadiana bondad, su cercanía en cualquier circunstan­cia y su dominio de los más variados registros vitales no se marchitará­n en quienes hemos podido disfrutar de una personalid­ad tan atractiva como descollant­e, tan generosame­nte regalada a los demás por este gran hombre del Renacimien­to.

Guillermo seguirá en nuestro recuerdo viviendo e iluminándo­nos en nuestra interminab­le búsqueda de la verdad. En su generoso afán por abrirnos caminos a los demás ha querido, también en esta ocasión, adelantars­e a nosotros para desvelarno­s la respuesta que tan afanosamen­te buscamos al significad­o de la muerte. Descanse en paz.

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