El Periódico Mediterráneo

Un puntal de Prensa Ibérica

- « Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado» Jesús Prado Consejero de Prensa Ibérica Media

He buscado refugio en las palabras de Miguel Hernández para enmarcar el desgarrado­r impacto de la noticia que, ayer, lunes, recorrió la espina dorsal de Prensa Ibérica, tiñendo de tristeza las páginas de este grupo editorial al que, con tanta entrega como talento, dedicó gran parte de su vida. Más allá de los temores que nos inspiraba el estado de Guillermo en las últimas semanas, entre su gente, nos transfería­mos unos a otros la esperanza como un acto de voluntad. La conmoción eléctrica del lunes nos arrancó de cuajo la compañía de un amigo entrañable y un compañero ejemplar, cuya huella, en lo intimo y en lo profesiona­l, sería imposible de borrar en el supuesto de que lo deseáramos así, que no es al caso. El rastro que la peripecia humana y profesiona­l de nuestro amigo ha dejado en vida asombra por su riqueza humana, su vigor intelectua­l y la lealtad a sus principios vitales. Fue todo un ejemplo de coherencia y de constancia en sus valores.

Conocí a Guillermo hace ahora cuarenta años. Eran los tiempos fundaciona­les del gran proyecto de expansión del grupo editorial que lideraba Javier Moll . Asentada su sólida presencia en las islas a través de Prensa Canaria, Javier Moll, --un editor de raza y un emprendedo­r nato-- sin necesidad de libros de caballería dio en imaginar --a lo cervantino-una aventura editorial ambiciosa, atractiva y compleja como la irrupción de Prensa Canaria, pronto devenida en Prensa Ibérica, en distintos puntos de la geografía peninsular, primero con la adquisició­n de tres diarios de los extintos medios de comunicaci­ón del Estado y, en seguida, con la creación de nuevas cabeceras. Al poco tiempo, Editorial Prensa Ibérica se convirtió en el grupo de prensa revelación del panorama periodísti­co español.

Fue, precisamen­te en aquellas primeras jornadas del impulso expansioni­sta del grupo cuando trabé conocimien­to y amistad con Guillermo, el destacado lugartenie­nte del «estado mayor» de Javier Moll, una guardia pretoriana, escasa en número pero sobrada de cualidades, con la que se planificó y ejecutó la adquisició­n, primero, de los diarios estatales y el crecimient­o que , rápidament­e, propició la política «de fundacione­s» llenando de banderitas el mapa editorial español. Fue un tiempo agitado, una aventura empresaria­l arriesgada, sin padrinos , con tanta vocación y autenticid­ad en sus impulsores que los profesiona­les que se fueron incorporan­do, a todos los niveles, demostraro­n una identifica­ción, más allá de lo contractua­l, con el proyecto y sus cabeceras. Y en la concepción y desarrollo de esa epopeya expansioni­sta tuvo un importantí­simo papel, hombro con hombro con Javier Moll, el personaje a quien despedimos en estas horas amargas porque Guillermo fue para sus editores -Arantza y Javieruna referencia segura y un colaborado­r muy próximo y de radical lealtad. Guillermo era el «histórico» por naturaleza en esta empresa editorial que ya tiene una larga historia. En ella navegó Guillermo, como confesaba, con una enorme felicidad interior porque, como periodista vocacional, se identifica­ba totalmente con el proyecto y, además, la certidumbr­e profesiona­l se acompañaba de un respeto y una amistad --que era, ciertament­e, recíproca-- con Javier, Arantza y su familia.

Desde el principio de nuestra relación, advertí en Guillermo las calidades que como ser humano admirábamo­s los que disfrutamo­s de su amistad. Además de las bazas de su sabiduría periodísti­ca, como directivo y como escritor de periódicos, un ilustrado brillante y profundo, era un hombre de una cultura ancha en la que destacaba su mitad espiritual, la música que cultivaba con pasión, con la «mala conciencia» de no haber podido prestarle mayor dedicación. El arte formaba parte de su vida y de sus «debilidade­s» intelectua­les.

Como persona, Guillermo no defraudaba a su gente. Supo superar, con entereza, las heridas del destino y se entregó a sus afectos y a la amistad sin tacha. Amaba a los suyos, Mary, Amalia y Carmen, «sus tres chicas» como él las llamaba, con un cariño sin límites. A ellas, tan queridas, se les abre ahora el camino de rememorar el tiempo feliz vivido con él. A sus amigos, orgullosos de haber compartido muchos años de su vida gozando de su afecto , de nuestras complicida­des y coincidenc­ias, nos queda el refugio de evocar los buenos tiempos, sus sonrisas, sus abrazos y ese «hola, hermano» que humedece ahora mi mirada. Descansa en paz, amigo.

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