Una de paridas magdaleneras
Para una vez que ganamos sin jugar bien --sin jugar a nada, incluso-- y la suerte se pone de nuestro lado, una buena parte del público de Castalia parecía extrañamente molesto. Para una vez que ganamos en Magdalena y rompemos ese mal fario que dicen nos acompaña en fiestas, esos mismos aficionados no se mostraban tan exultantes como era de esperar. Para una vez que conseguimos la mayor ventaja sobre el segundo clasificado, un poco más y la salida del estadio recordaba más un velatorio que el jolgorio y el desahogo en los que ya se veía inmersa toda la ciudad. Y es que somos así. Idiosincrasia albinegra vienen a llamarlo esos sesudos estudios sociológicos que pretenden analizar lo que nunca respondió a parámetro científico alguno.
No es ni la media botella vacía que distingue nuestro más castizo refranero. Es peor, en tanto que imprevisible e injustificado nuestro comportamiento. Porque ese vaivén emocional, que va del blanco al negro y viceversa con tanta facilidad, también nos lleva a celebraciones tan desmesuradas o ridículas como aplaudir un saque de banda, jalear una torpe carrera de alguno de los nuevos --aunque en puridad era mofa--, o mantener en el olimpo castellonero a los investigados por el expolio del club o a quien se ha llevado cuatro millones por la venta de sus acciones mientras nos dejaba un lastre de otro millón en el déficit acumulado de la SAD.
Dentro de tan variopintas como extremadas reacciones de nuestra grada, también se
mantiene desde el primer día un intenso y espurio debate sobre la imposición del entrenador de salir con el balón jugado y renegar del patadón y tentetieso, lo que nos ha acarreado no pocos agobios defensivos. Es más que probable que quienes aplauden esa apuesta por la exquisitez se mantengan callados y su silencio se confunda con la anuencia hacia aquellos detractores que se muestran vehementemente ofendidos. Al menos quien se sienta detrás mío.
Sea como fuere, esa manera de entender el fútbol constituye un todo indisoluble y distinto de la suma de sus partes. Holismo también se ha venido en llamar aquello que en clase de filosofía nunca entendí y en el mundo del balón me parece trivial. Quiero decir que con esa táctica hemos alcanzado las cotas más altas que imaginar pudiéramos cuando llegó Dick Schreuder debajo de su gorra. Y, aún reconociendo que no son pocos los sustos, más son las alegrías y el premio final del ascenso directo para cuya candidatura somos los más reconocidos. No niego que me parece una cuestión a mejorar, sobre todo en el anhelado caso del ascenso,
porque los rivales no suelen desaprovechar tamaño regalo de imprecisión y falta de concentración como en esta mediocre tercera división ordinal, que esa y no otra fue la culpa de que el San Fernando no saliera airoso de su visita magdalenera a Castalia.
Y esa es la otra: el calendario. Con toda la ciudad entregada al bullicio festivo de un ingente programa de actos y, además, con la competencia de los victorinos en la plaza de toros, se me antoja colosal la presencia de 12.370 espectadores. Sostengo que esa cantidad de aficionados, más todos los que el club dice guardan cola para retirar sus abonos y hasta aquellos que no lo utilizan o simplemente son simpatizantes, debiera ser motivo más que suficiente para que se estudiara la conveniencia de una ampliación de la grada de preferencia antes de que el verano se convierta en un enemigo de las obras. No hace falta que Voulgaris vuelva a dejar en evidencia la falta de compromiso político, venía de serie. Pasada la Magdalena, el convenio de cesión del estadio se aplazará sine die y muchos concejales no volverán hasta el día del ascenso. Solo buscan la foto.