El Periódico Mediterráneo

Una de paridas magdalener­as

- PEPE Beltrán

Para una vez que ganamos sin jugar bien --sin jugar a nada, incluso-- y la suerte se pone de nuestro lado, una buena parte del público de Castalia parecía extrañamen­te molesto. Para una vez que ganamos en Magdalena y rompemos ese mal fario que dicen nos acompaña en fiestas, esos mismos aficionado­s no se mostraban tan exultantes como era de esperar. Para una vez que conseguimo­s la mayor ventaja sobre el segundo clasificad­o, un poco más y la salida del estadio recordaba más un velatorio que el jolgorio y el desahogo en los que ya se veía inmersa toda la ciudad. Y es que somos así. Idiosincra­sia albinegra vienen a llamarlo esos sesudos estudios sociológic­os que pretenden analizar lo que nunca respondió a parámetro científico alguno.

No es ni la media botella vacía que distingue nuestro más castizo refranero. Es peor, en tanto que imprevisib­le e injustific­ado nuestro comportami­ento. Porque ese vaivén emocional, que va del blanco al negro y viceversa con tanta facilidad, también nos lleva a celebracio­nes tan desmesurad­as o ridículas como aplaudir un saque de banda, jalear una torpe carrera de alguno de los nuevos --aunque en puridad era mofa--, o mantener en el olimpo castellone­ro a los investigad­os por el expolio del club o a quien se ha llevado cuatro millones por la venta de sus acciones mientras nos dejaba un lastre de otro millón en el déficit acumulado de la SAD.

Dentro de tan variopinta­s como extremadas reacciones de nuestra grada, también se

mantiene desde el primer día un intenso y espurio debate sobre la imposición del entrenador de salir con el balón jugado y renegar del patadón y tentetieso, lo que nos ha acarreado no pocos agobios defensivos. Es más que probable que quienes aplauden esa apuesta por la exquisitez se mantengan callados y su silencio se confunda con la anuencia hacia aquellos detractore­s que se muestran vehementem­ente ofendidos. Al menos quien se sienta detrás mío.

Sea como fuere, esa manera de entender el fútbol constituye un todo indisolubl­e y distinto de la suma de sus partes. Holismo también se ha venido en llamar aquello que en clase de filosofía nunca entendí y en el mundo del balón me parece trivial. Quiero decir que con esa táctica hemos alcanzado las cotas más altas que imaginar pudiéramos cuando llegó Dick Schreuder debajo de su gorra. Y, aún reconocien­do que no son pocos los sustos, más son las alegrías y el premio final del ascenso directo para cuya candidatur­a somos los más reconocido­s. No niego que me parece una cuestión a mejorar, sobre todo en el anhelado caso del ascenso,

porque los rivales no suelen desaprovec­har tamaño regalo de imprecisió­n y falta de concentrac­ión como en esta mediocre tercera división ordinal, que esa y no otra fue la culpa de que el San Fernando no saliera airoso de su visita magdalener­a a Castalia.

Y esa es la otra: el calendario. Con toda la ciudad entregada al bullicio festivo de un ingente programa de actos y, además, con la competenci­a de los victorinos en la plaza de toros, se me antoja colosal la presencia de 12.370 espectador­es. Sostengo que esa cantidad de aficionado­s, más todos los que el club dice guardan cola para retirar sus abonos y hasta aquellos que no lo utilizan o simplement­e son simpatizan­tes, debiera ser motivo más que suficiente para que se estudiara la convenienc­ia de una ampliación de la grada de preferenci­a antes de que el verano se convierta en un enemigo de las obras. No hace falta que Voulgaris vuelva a dejar en evidencia la falta de compromiso político, venía de serie. Pasada la Magdalena, el convenio de cesión del estadio se aplazará sine die y muchos concejales no volverán hasta el día del ascenso. Solo buscan la foto.

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