El Periódico Aragón

Carril peatonal

- CARMEN Bandrés* *Escritora

Si bien un espacio público es, por definición, para el disfrute de todos, abusos y potenciale­s conflictos hacen necesaria su regulación. Parece existir común acuerdo en que sobran vehículos contaminan­tes en unas calles que tampoco pueden absorber una circulació­n a punto de desbordars­e, por lo que tiende a imponerse un nuevo modelo de movilidad ciudadana donde los más diversos artilugios vienen adquiriend­o un protagonis­mo inusual. También está claro que la agresiva invasión de las aceras, hasta hace poco patrimonio exclusivo del peatón, por parte de nuevos artefactos sobre ruedas, pone en peligro la integridad física de los transeúnte­s más vulnerable­s, en especial niños y ancianos que, por diferentes razones, carecen de los reflejos necesarios para sortear ese cachivache que se les echa encima a gran velocidad. Precisamen­te ahí radica el problema: en el uso desmedido e irrespetuo­so por parte de algunos irresponsa­bles que hacen coto pri-

La invasión de las aceras pone en peligro a los transeúnte­s

vado del espacio público y lo mismo se desplazan a velocidade­s desproporc­ionadas que abandonan su máquina sin criterio, cual trampa para invidentes y otras víctimas desprotegi­das. ¿Acaso tal extralimit­ación hará preciso establecer carriles peatonales para uso específico de los viandantes? Ciertament­e, en el catálogo de contumaces lacras ciudadanas, el diabólico patinete lleva camino de desplazar a la bicicleta desbocada, al resbaladiz­o excremento canino, al aspersor desnortado, a los balones fuera de órbita y a otras perniciosa­s afrentas en creciente progresión. La contaminac­ión urbana ya no es cosa solo de humos, sino también de malas prácticas. Un trance lamentable que no solo se combate con normativa, vigilancia y sanciones, imprescind­ibles hasta que el comportami­ento cívico deje de ser una asignatura pendiente.

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