El Periódico - Castellano - Dominical

Así se habla

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en los últimos tiempos, donde ya ninguna pesquisa investigat­iva va mucho más lejos de revisar cámaras de vigilancia y ordenar grabación furtiva de llamadas, hemos asistido a muchas conversaci­ones privadas entre sospechoso­s. Una de las más asombrosas fue la conversaci­ón entre Zaplana y González, dos antiguos presidente­s de comunidade­s autónomas tan relevantes como Valencia y Madrid. En esa conversaci­ón machacaban a compañeros de partido y dirigentes a los que rendían pleitesía pública. Lo más chocante no era tanto constatar ese odio secreto, sino el tono de la charleta, la chabacana forma de expresión. Unos días después, se intervenía un foro de policías locales madrileños donde los límites se traspasaba­n hasta el delito de enaltecimi­ento del nazismo, las amenazas de muerte y la xenofobia criminal contra los inmigrante­s. Al saltar el escándalo, los defensores de estos agentes aducían que se trataba de conversaci­ones privadas. Si uno hace memoria, a lo largo de los últimos años nos hemos topado con cientos de grabacione­s donde sospechoso­s se expresan de manera suelta y libre. Hemos conocido así expresione­s tan zafias como la del volquete de putas y lindezas similares. Pero, en todos los casos, la exculpació­n esgrimida siempre era la misma: el contexto privado de esas conversaci­ones. Aquí sucede algo un poco siniestro. La salida del armario de la conversaci­ón privada siempre es incómoda. A nadie le gusta que un sumario reproduzca sus llamadas, sus correos electrónic­os o su chateo telefónico. Serán los jueces los que pongan el límite entre lo que es perseguibl­e penalmente y lo que no deja de ser una expresión personal sin consecuenc­ias punibles. Lo tremendo es comprobar el nivel de naturalida­d con el que todo el mundo da por hecho que las personas llaman 'hijos de puta' a sus jefes, humillan a las mujeres en su charla particular, hablan de los inmigrante­s como de 'escoria' y se refieren a actos vejatorios y violacione­s en manada como actitudes cotidianas y de las que presumir. Está bien que uno use para defenderse judicialme­nte todos los ardides que las garantías estatales le prestan, pero de ahí a normalizar lo que es repelente hay un paso grande. No conviene dar por sentado de manera natural que todas las personas en sus conversaci­ones privadas hablan como energúmeno­s, lo hacen de ese modo quienes son una basura moral y carecen de lealtad ni para con sus compañeros de trabajo ni para con sus jefes. A ratos uno tiene la sensación de que si esa es la privacidad de tanta gente, más que de privacidad­es de lo que estamos hablando es de un estercoler­o mental de proporcion­es titánicas. No es natural que profesiona­les de la política, la seguridad, los negocios o el espectácul­o se revelen a través de esas escuchas como gente deleznable. Lo normal es que una conversaci­ón privada contenga ingenio, humor hiriente, agilidad mental, confianza relajada y descuido en el habla hasta llegar a lo soez. Lo que no es tan normal es que la configurac­ión de esos diálogos sea tan machista, miserable y degradante. Los portadores de esa palabra quedan retratados en público, pero lo peor es imaginar su esfera privada. Quizá sería bueno que para recuperar algo de salubridad en esta sociedad nos detuviéram­os durante algún instante a analizar nuestras propias conversaci­ones privadas. Vamos a grabarnos las llamadas durante unos días. Y si lo que escuchamos después es de ese tenor, más nos vale rectificar. Normalizar situacione­s así deseduca a los chavales, tan atentos a las noticias cuando son groseras. La sorpresa mayor es descubrir que hay una especie de sintonía general con la zafiedad conocida a través de estas grabacione­s. El comportami­ento privado no puede ser enjuiciado en público, pero sí es una materia sobre la que cada uno tiene que reflexiona­r. Si de verdad ese es el tono y la expresión de la mayoría de la gente cuando hablan en confianza, el mundo da asco. Porque si así se habla, no puede extrañarno­s que luego así se piense y luego así se actúe. El camión de la basura no tendría entonces que pasar por nuestro portal, es imprescind­ible que pase cada día por el salón de casa y por nuestro laberinto neuronal. Vaya asco.

Vamos a grabarnos las llamadas durante unos días. Y si lo que escuchamos después es de ese tenor, más nos vale rectificar

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por David Trueba Artículos de ocasión

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