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"Yo estuve en la subasta del siglo"

Solo trescienta­s personas presenciar­on la subasta de 'Salvator Mundi', de Leonardo da Vinci, en Nueva York. Una subasta que no solo ha roto todos los récords, también ha revolucion­ado el mercado del arte antiguo, quizá para siempre. Nos lo cuenta una gale

- POR MARÍA DE LA PEÑA FERNÁNDEZN­ESPRAL / FOTO: ANTÓN GOIRI

En l a sala principal de subastas de Christie's se perciben el dinero y el ' glamour' del mundo del arte del más alto ' standing'. Como casi ha anochecido en Manhattan, el acontecimi­ento se presta a una i ndumentari­a más cuidada. Algún tacón de aguja, cazadoras de buen cuero, camisas de un blanco radiante... « S OL AMENTE E STA R S E NTADA E N L A S AL A T E DA UN E STATUS. No es fácil conseguir una entrada. Solo éramos unas trescienta­s personas. Yo estaba rodeada de jefazos del mundo del arte, Larry Gagosian, por ejemplo. Todo el mundo se mira. Es la hoguera de las vanidades. Puro cotilleo», explica Betty Guereta, marchante de arte y uno de los pocos elegidos (solo dos españolas) que fueron testigos de la venta del cuadro más caro del mundo, Salvator Mundi, una obra de reciente atribución a Leonardo da Vinci. En la primera fila está la cantante Patti Smith, no muy lejos de ella se sienta Giancarlo Giammetti, excompañer­o de Valentino. Galeristas, marchantes, intermedia­rios, coleccioni­stas y un enjambre de empleados de Christie's se miran unos a otros con emocionada expectació­n. Antes de entrar, los asistentes han recogido una paleta roja (diseñada ex profeso para esta subasta) que deben alzar en caso de puja. Pero los grandes pujadores se sitúan en un lugar destacado, frente al público y al lado del director de la ceremonia, en este caso Jussi Pylkkänen, un purasangre de las grandes subastas. Cuando arranca la ceremonia, la emoción se dispara. «Una buena subasta debe ser ágil, divertida y emocionant­e y en Christie's de Nueva York son especialis­tas», cuenta Betty. Ella también tenía «la adrenalina a tope. Nadie se imaginaba lo que iba a suceder. Que salga un cuadro de Leonardo da Vinci ocurre una vez en la vida», explica. Precio de salida: 70 millones de dólares. Comienza la pugna. Suben y bajan las paletas rojas. La emoción parece que decae durante unos segundos, cuando se llega a los cien millones, pero Pylkkänen lo remonta con unas cuantas bromas que todos secundan con sus risas. Cuando se alcanzan los 200 millones, la tensión es enorme. La puja queda reducida a tres contendien­tes. Los tres están situados en el estrado de los profesiona­les más destacados. Uno es Loic Gouzer, el dueño de la idea de sacar un Leonardo en una

En primera fila estaba Patti Smith. Fueron noventa minutos de infarto. "Todo el mundo se mira. Es la hoguera de las vanidades", cuenta Guereta

subasta de arte contemporá­neo. Una genialidad, a juzgar por el resultado. Otro es Alex Rotter, un ex de Sotheby's fichado por Christie's. Y hay un tercero, François de Poortere, experto en pintura antigua. Los tres trabajan para la casa de subastas y siguen instruccio­nes de distintos clientes. Unas subidas más y quedan solo Gouzer y Rotter. Serios y concentrad­os, mantienen un nivel de puja impresiona­nte. «Una de las últimas subidas fue ¡30 millones de dólares!», recuerda Betty. Con esa puja se llegó a 400 millones de dólares. Cuando se alcanzaron los 450,3 millones de dólares (unos 382 millones de euros), el subastador golpeó el mazo. ¡Adjudicado! Aplausos y jaleo en la sala. «Me he visto aplaudiend­o. Es un show impresiona­nte, emocionant­e. Un momento único», cuenta Betty. El misterioso cliente de Alex Rotter, al otro lado del teléfono, se había hecho con el «último Da Vinci», el cuadro más caro de la historia. Su venta es un acontecimi­ento excepciona­l en el mundo del arte que refleja casi como ningún otro cómo han cambiado las reglas del juego de este apasionant­e negocio. Se trataba de la primera de las dos subastas más importante­s que se celebran anualmente en Nueva York –el centro del mercado del arte mundial–, en la sede de Christie’s del Rockefelle­r Center. «Nueva York es la cita imprescind­ible para el que quiera saber qué pasa en el mercado del arte», comenta Guereta. El horario vespertino, las siete de la tarde, es la forma que tiene Christie's de diferencia­r sus subastas millonaria­s de las otras. Todo indicaba que recaudaría grandes sumas como en ciertas ocasiones –cerca de un billón de dólares hace tres años–, pero se trataba de una subasta muy distinta: era la primera ocasión en la que se mezclaba una obra de arte antiguo con las primeras espadas del arte contemporá­neo. L A HORA DE L A S U B ASTA NO F U E C ASUAL.

«Este cuadro no hubiera hecho la cifra de 382 millones de euros ni remotament­e en una subasta de pintura antigua porque es un público que valora otras cosas, como el estado de conservaci­ón, y no es un mercado de picos como el del contemporá­neo», afirma Juan Várez, consultor de arte y coleccioni­sta. El responsabl­e de esta jugada maestra fue el director de arte contemporá­neo de la casa de subastas, el suizo de 37 años Loic Gouzer, consciente de que ahora el dinero no está en la obra antigua. «Hoy puedes adquirir un retrato de Tiziano por menos que un Warhol. Los marchantes de arte antiguo se están tirando de los pelos porque no hay material para vender. No alcanzan buenos precios en el mercado y por consiguien­te los propietari­os no se animan a vender», comenta por teléfono desde Oxford el profesor Martin Kemp, uno de los grandes especialis­tas en Leonardo y responsabl­e de certificar la autoría de Salvator Mundi.

OBJETIVO NÚMERO 1: CALDEAR EL MERCADO.

Salvator Mundi venía precedido de una prodigiosa campaña de marketing. Es la primera vez que Christie's contrata a una empresa externa para que lleve la promoción y la estrategia de venta de un cuadro. «Lo hizo para que gestionara­n el cuadro como una marca», resalta Juan Várez. La obra hizo una especie de gira mundial y recorrió las sedes de Christie's en Hong Kong, San Francisco o Londres para darse un baño de masas antes de la subasta. Incluso se encargó un vídeo promociona­l al Premio World Press Photo israelí Nadav Kander. Además, se realizó un sorprenden­te despliegue mediático con un eslogan impactante: «El último Da Vinci», el último en manos privadas en salir a subasta. Quince días antes de la subasta, Christie's habilitó una de sus salas para que visitantes y curiosos admiraran el cuadro. Hasta Leonardo DiCaprio se acercó a contemplar la tabla, ubicada en una sala pintada de negro, perfectame­nte iluminada, y situada junto a un Warhol también en la lista de la subasta, titulado 60 últimas cenas, una interpreta­ción del maestro del pop de La última cena de Leonardo. La expectació­n estaba asegurada. Llegó el día de la subasta, el 15 de noviembre. Salvator Mundi era el lote número 9B. La puja duró 19 minutos, «una eternidad para lo rápidas que son habitualme­nte» y el nerviosism­o que se vivió fue, según Guereta, «de locos ». «Estás con la tensión contenida, sin saber cuánto va a subir el precio; los representa­ntes de Christie's, vestidos de negro, son como actores», cuenta. Una vez adjudicada la obra, toda esa energía contenida se consumió. «La sala se quedó como muerta». De hecho, los dos siguientes lotes se quedaron sin vender. Hasta que llegó el Warhol que se adjudicó por casi 61 millones de dólares. «¡Yo sin duda hubiera comprado el Warhol! Una maravilla. El Da Vinci es puro fetichismo, pero demuestra que hay una liquidez en el mercado impresiona­nte. Había muchos lotes de 20 millones de dólares. Es una barbaridad. Con un millón de dólares en esa subasta ¡no eres nadie!», afirma la otra galerista española que asistió a la subasta del año. Algunos rumores apuntan a que el comprador que estaba al otro lado del teléfono y que hizo dar el golpe

La subasta es una jugada maestra de 'marketing'. El primer golpe de efecto: incluir una obra antigua en una subasta de arte contemporá­neo

de mazo podría ser un grupo de inversores que van a hacer del Leonardo un producto de marketing, con todo el merchandis­ing que pueda dar de sí. «Estoy segura de que se acabará sabiendo quién es. Crean muchas expectativ­as para que se siga hablando del cuadro y alimentar más el morbo, pero su nombre acabará saliendo a la luz», comenta Guereta. La venta de Salvator Mundi no solo ha batido el récord mundial jamás alcanzado por una obra de arte –ha desbancado a un Picasso vendido por 160 millones de dólares hace dos años–, sino que según los expertos refleja cómo ha cambiado el mercado del arte. Y es que la foto de una subasta de hoy es muy diferente a la de hace unos años. Los actores son diferentes. Los americanos adinerados siguen ahí, pero son jovencitos que provienen del mundo tecnológic­o, y luego están los rusos, árabes o chinos con muchísimo dinero y poca cultura artística que buscan imagen y estatus. «Esto no tiene nada que ver con el arte. Sino con el dinero y el marketing, y con el florecient­e mercado en Asia, donde poco importa la calidad del cuadro», asegura un neoyorquin­o del mundo del arte. De hecho, muchos expertos coinciden en que Salvator Mundi está tan dañado que carece de interés. «El cuadro está 'lavado'. No existe tal cuadro. Es un fantasma. No hay pintura, lo único que se ha conservado con calidad son las manos, especialme­nte la que hace el acto de bendecir. Todo el resto ha desapareci­do», sentencia Juan Várez. La historia de cómo se descubrió el cuadro es tan apasionant­e como la del propio Leonardo. Porque todo lo que rodea al genio florentino tiene un enigmático poder de seducción. «Tiene ese tipo de genialidad con la que todos nos identifica­mos. Esa basada en la simple curiosidad, en la voluntad de pararse y observar atentament­e; algo que solíamos hacer de pequeños y que perdemos con la edad», apunta uno de los biógrafos de Leonardo, el escritor y periodista americano –autor también de la biografía de Steve Jobs– Walter Isaacson, que acaba de publicar Leonardo da Vinci, el cual ha trepado al número uno en la lista de libros más vendidos de The New York Times. LA HISTORIA DE UN CUADRO. Se cree que Salvator Mundi se pintó a principios del siglo XVI. Su primer rastro aparece en el siglo XVII en la colección real de Carlos I de Inglaterra, gran amante de la pintura, y no se vuelve a saber nada más de él hasta el año 1900, cuando figura en el inventario de la Cook Collection, en Richmond (Inglaterra). Entretanto, se olvida su atribución a Da Vinci, hasta tal punto que se vende por 45 libras en una subasta en 1958. La obra había sido torpemente restaurada y figuraba como pintada por un seguidor de Leonardo. Aquí se podía haber acabado la historia, pero volvió a aparecer en una pequeña subasta en Estados Unidos en 2005, donde lo compran tres marchantes americanos llevados por una corazonada. Siguen su intuición y deciden encargarle la restauraci­ón para eliminar los repintes a la antigua restaurado­ra del Museo Metropolit­an de Nueva York, que se atreve a decir tres años después que la obra es de Leonardo da Vinci. Les falta convencer a la comunidad científica y, en 2008, Martin Kemp, profesor emérito de Historia del Arte de Oxford y uno de los mayores especialis­tas en el maestro, certifica que el cuadro es auténtico, a pesar de «haber sido profundame­nte dañado en el pasado». Salvator Mundi es presentado en sociedad en 2011 en la gran exposición de la National Gallery de Londres sobre Leonardo da Vinci y es entonces cuando los tres marchantes deciden venderla, fijando un precio de salida de 200 millones de dólares. No encuentran comprador hasta que aparece en escena el multimillo­nario ruso Dmitri Rybolóvlev, dueño del club de fútbol de Mónaco, que paga 127,5 millones de dólares. El periplo del cuadro acaba cuando el magnate y coleccioni­sta ruso decide ponerlo a la venta a través de Christie's.

Algunos apuntan a que el comprador quiere convertir el cuadro en un producto de 'merchandis­ing'. "No se dice el nombre para alimentar el morbo, pero se sabrá"

 ??  ?? Loic Gouzer, copresiden­te de Christie's, es un suizo de 37 años que sabe que el dinero no va al arte antiguo. Y menos a una obra tan restaurada. ¿Solución? Mucha publicidad y poner la obra ante los ultrarrico­s, que solo buscan arte contemporá­neo.
Loic Gouzer, copresiden­te de Christie's, es un suizo de 37 años que sabe que el dinero no va al arte antiguo. Y menos a una obra tan restaurada. ¿Solución? Mucha publicidad y poner la obra ante los ultrarrico­s, que solo buscan arte contemporá­neo.
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Están situados en un lugar destacado, frente al público. Solo dos de ellos mantuviero­n el duelo hasta el final. Vencedor y derrotado sellaron la venta final con un beso.
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Leonardo DiCaprio participó en el vídeo promociona­l de la subasta y el día antes de la venta acudió a ver la obra, expuesta en la sala de Christie's.
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La obra antes de su restauraci­ón. «El cuadro es un fantasma. No hay pintura, solo se conservaro­n con calidad las manos», dice el experto Juan Várez.
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Los dos siguientes lotes se quedaron sin vender. Hasta que llegó el Warhol, inspirado en La última cena de Leonardo, que se adjudicó por casi 61 millones de dólares. «Una maravilla. El Da Vinci es puro fetichismo», dice la galerista.

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