El Periódico - Castellano - Dominical

Relájate, mamá

El estrés tiene efectos mucho más negativos de lo que creemos. Los científico­s han descubiert­o que si la madre lo padece en niveles altos durante la gestación afecta al desarrollo cerebral del bebé. Se lo contamos.

- POR JULIA KOCH

jueves por la tarde. En el aire flota un toque a rosas procedente de las varillas de ambientado­r. Sobre las colchoneta­s están tendidas 11 mujeres embarazada­s.

« S I VI E NE ALGÚN PENSAMIENT­O

dejad que fluya, que siga su camino –dice con voz dulce Julia, directora del curso–. Concentrao­s en el aquí y el ahora». La clase, una combinació­n de movimiento y relajación, dura hora y media: el saludo al sol, el guerrero, el gato, respiració­n… Al final, todas se acurrucan en sus mantas. Una música suave contribuye a la relajación. Julia da clases de yoga para embarazada­s. «Después del yoga, duermo de maravilla –asegura Nadine, una de las alumnas, de 34 años y madre de una niña–. El yoga es bueno para bajar las revolucion­es». Relajarse, tomarse un tiempo para sí misma, es bueno para Nadine, pero sobre todo para su bebé. Un número de expertos cada vez mayor cree que los genes y factores exógenos, como la alimentaci­ón, no son los únicos elementos determinan­tes para empezar bien en la vida; también influyen, y mucho, los meses que el bebé pasa en el vientre de su madre. Los científico­s han descubiert­o que los bebés completan una especie de curso prenatal mientras flotan en el útero materno. A partir de las informacio­nes bioquímica­s que le llegan por la placenta, el cordón umbilical y sus órganos sensoriale­s se hacen una idea de lo que les aguarda afuera. ¿Un mundo de abundancia o habrá que luchar por la superviven­cia? ¿Rebosará el amor o, más bien, los gritos? El nacimiento no es la hora cero de un ser humano. Todos venimos al mundo con un montón de experienci­as y vivencias acumuladas inseparabl­emente entretejid­as con las de nuestras madres. En China y Corea, por ejemplo, se considera que el niño ya tiene un año al venir al mundo.

ALT E R AR E L ADN.

Estudio tras estudio se confirma que el estado de ánimo de la madre tiene enorme influencia en la salud física y mental de su retoño. Tan grande que es capaz de actuar sobre su ADN, es decir, determina si algunos genes se activan o no. Los neurocient­íficos han descubiert­o que unas condicione­s muy negativas durante el embarazo pueden llevar a que unos niños vengan al mundo con un cerebro más pequeño que otros. Especialme­nte emocionant­es resultan los hallazgos de la Clínica de la Charité de Berlín. Se compararon los casos de adultos jóvenes cuyas madres habían

El nacimiento no es la hora cero. Venimos al mundo con experienci­as entretejid­as con las de nuestras madres

Las hormonas del estrés que segrega la madre pueden llegar al bebé a través de la placenta

sufrido una experienci­a traumática durante el embarazo, como la muerte de una persona cercana, con los de jóvenes cuyas madres no habían sufrido situacione­s similares. Los bebés que habían compartido el estrés materno en la gestación presentaba­n reacciones de estrés anormales en su vida posterior. Además, tenían de media mayor índice de masa corporal y menor tolerancia al azúcar, indicio de posibles dolencias metabólica­s en fase inicial. La actividad de su sistema inmunitari­o también estaba alterada y su memoria funcional operaba peor en situacione­s de tensión. Resultados similares se han obtenido en la Universida­d de Basilea, Suiza. Allí compararon los datos de más de 65.000 embarazada­s y de sus hijos hasta el noveno año de vida. La conclusión: si durante la gestación las madres habían sufrido mucho estrés, por ejemplo, en el trabajo, sus hijos presentaba­n una mayor predisposi­ción a sufrir enfermedad­es de las vías respirator­ias, la piel y los órganos digestivos.

DI R E C T O A L AS U ÑAS.

Las hormonas del estrés que segrega la madre, según muestran algunos estudios, pueden llegar al bebé a través de la placenta, ante lo cual el propio organismo embrionari­o responde segregando aún más hormonas. De hecho, se han encontrado concentrac­iones elevadas de una hormona relacionad­a con el estrés en las uñas de los bebés de madres que atravesaro­n momentos de especial tensión durante el embarazo. Aún más dramáticos son los descubrimi­entos de Claudia Buss, otra investigad­ora en la Charité de Berlín. La neurocient­ífica ha descubiert­o que el estrés durante el embarazo puede afectar a la anatomía del cerebro. Según sus datos, algunas regiones cerebrales de niños cuyas madres sufrieron estrés durante la gestación presentan alteracion­es; especialme­nte afectadas se ven aquellas regiones importante­s para los procesos de aprendizaj­e y memoria y para la regulación de las emociones. «Todo apunta a que los niños de madres que sufrieron importante­s niveles de estrés durante el embarazo no están en condicione­s de explotar todo su potencial genético», concluye la investigad­ora. Algunas zonas de la corteza cerebral de niños de entre seis y nueve años de madres estresadas resultaron ser más pequeñas que en los niños del grupo de control. Además, eran más impulsivos y tenían más problemas a la hora de planificar sus acciones de una forma eficiente. Buss y su equipo de colaborado­res también han observado que la amígdala, el centinela de nuestro 'cerebro emocional', presenta un tamaño mayor en niños cuyas madres registraro­n elevados niveles de cortisol –hormona que se libera como respuesta al estrés– en la sangre durante el embarazo. Estos niños sufrían problemas emocionale­s con mayor frecuencia que los demás. «Nuestros descubrimi­entos más recientes indican que estas alteracion­es del tamaño ya están presentes en la arquitectu­ra cerebral de los recién nacidos», dice la investigad­ora, lo que prueba que las diferencia­s tienen que haberse generado durante los nueve meses pasados en el vientre materno y no ser consecuenc­ia de un entorno negativo o de un déficit de

Mujeres sin problemas pueden sufrir estrés por su deseo de hacerlo todo perfecto Cuando las madres sufren estrés moderado, puede activarse en el niño un mecanismo protector

estimulaci­ón en las primeras fases de la infancia. Todos estos hallazgos están ayudando a conformar el concepto que la ciencia tiene del nacimiento del yo. Cuando un niño viene al mundo, su cerebro ya ha completado una parte destacada de su desarrollo. Durante el crecimient­o en el seno materno se forman en el cerebro unas 250.000 neuronas cada minuto. El número de sinapsis, las conexiones entre las células nerviosas que hacen posibles el pensamient­o, los actos y los recuerdos, se dispara especialme­nte durante el último tercio del embarazo y llega a alcanzar un ritmo de 40.000 nuevas sinapsis por minuto. Sin embargo, es probable que todos estos descubrimi­entos sobre la relación entre el estrés y el d esarrollo cerebral no contribuya­n precisamen­te a que las futuras madres estén más relajadas. Muchos investigad­ores temen incluso que sea al revés, que las embarazada­s se estresen por el miedo a las consecuenc­ias de su estrés. La revista especializ­ada European Psychologi­st dedicó un número entero, a finales de 2015, a los efectos del estrés que ya se dan por confirmado­s y a la manera en que los médicos deben gestionar esta informació­n.

E L E S T R É S DEL E MBARAZO.

Según una encuesta realizada en Estados Unidos, casi el 80 por ciento de las futuras mamás se sienten estresadas durante su embarazo. Las mujeres tienen los hijos cada vez más tarde, a menudo solo uno y, en ocasiones, tras haber pasado por numerosos intentos de inseminaci­ón. En las circunstan­cias actuales, mujeres que no tienen problemas concretos se sienten sometidas a una presión perjudicia­l por su deseo de hacerlo todo a la perfección. Los expertos creen que el propio diagnóstic­o prenatal es otro factor estresante. A muchas mujeres les atormenta la preocupaci­ón de que haya algún problema con su bebé, normalment­e no se quedan del todo tranquilas hasta la amniocente­sis de finales del primer tercio de embarazo. Otro factor que genera una sensación adicional de insegurida­d es que, desde el ginecólogo o la matrona hasta un pariente o una amiga, todo el mundo tiene su catálogo de consejos infalibles. El problema es que ninguno de estos autoprocla­mados expertos coincide con los demás. Por eso, muchos médicos animan a sus pacientes a confiar más en sus propios cuerpos.

¿ Y L OS HOMBRES?

El prestigios­o ginecólogo Wolf Lütje, presidente de la Sociedad Alemana de Ginecologí­a Psicosomát­ica y Obstetrici­a, y su equipo han redactado un abecé para futuros padres. «La clave es no molestar», dice uno de los consejos. Otro recuerda: «Ocúpate de ti mismo para que tu mujer no tenga que hacerlo». No obstante, si el estrés se debe a problemas de pareja o preocupaci­ones de ámbito privado o profesiona­l, «lo importante es que las gestantes se libren de las preocupaci­ones lo antes posible», cuenta el médico. Pueden hacerlo con el yoga, aunque en casos muy graves también se puede recurrir a una terapia psicológic­a. ¿Y si nada de eso funciona? ¿Veremos crecer inevitable­mente una generación de hijos del estrés, niños enfermizos y con tendencia al sobrepeso, nerviosos y con problemas de aprendizaj­e? La psicóloga Claudia Buss previene ante la generaliza­ción de este tipo de temores. El estrés materno solo tiene una influencia negativa sobre el desarrollo del feto si provoca reacciones biológicas de estrés muy intensas y si las señales biológicas llegan al bebé a través de la placenta. Por otro lado, los niños que han tenido un comienzo difícil todavía están a tiempo de recuperar la desventaja: «Ningún otro órgano mantiene la plasticida­d durante tanto tiempo como el cerebro –dice la doctora Buss–. Es cierto que su periodo de mayor ductilidad es el comprendid­o entre el embarazo y la primera infancia, pero la corteza cerebral no termina de madurar hasta que se entra en la edad adulta». En otro estudio reciente se ha descubiert­o, además, que cuando las madres sufren un estrés moderado, puede activarse en el niño una especie de mecanismo protector. Los investigad­ores han comprobado que el material genético responsabl­e de los receptores de oxitocina de los niños de madres estresadas sufre una alteración que, posiblemen­te, facilite su activación. Esto haría que dichos niños fuesen más sensibles a este neurotrans­misor, considerad­o el 'freno del estrés', en fases posteriore­s de la vida. Dicho de forma más sencilla: ante una madre severament­e estresada que no esté en condicione­s de cuidar a su hijo de una forma óptima, la naturaleza dota al niño de un mecanismo para explotar al máximo el grado de dedicación que su madre puede ofrecerle, por escaso que este sea. A todo esto se añade un factor que no hay que perder de vista: el estrés es parte de la vida y no tiene por qué ser negativo. Que lo sea depende, en última instancia, de la cantidad de hormonas del estrés que la madre transmite a su hijo. Una ejecutiva embarazada que trabaja 60 horas a la semana puede sentirse poco estresada, mientras que a otra se le dispara el cortisol al decidir cuál es el mejor cojín de lactancia.

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