La tumba de Ildefons Cerdà
Si acuden ustedes al cementerio de Montjuïc y buscan la plaza de la Esperança, verán que allí destaca una tumba peculiar, la del ingeniero Ildefons Cerdà, padre del Eixample. La reconocerán: la lápida es un pedazo del Eixample reproducido en mármol, con las manzanas abiertas, como fueron proyectadas. Cerdà murió en 1876, pero solo en 1971 llegó a Montjuïc. Es una historia compleja.
Generó una inquina en ocasiones perversa de algunos contemporáneos. El relato que se impuso sobre su figura la resumía así: el Gobierno central, desde Madrid, impuso a Barcelona su plan para construir el Eixample, marginando el proyecto ganador en un concurso del ayuntamiento barcelonés, de Antoni Rovira i Trias. Se llegó a extender el bulo de que Cerdà no había nacido en Catalunya y de que era militar.
Por suerte para la memoria del ingeniero, el economista Fabián Estapé se empeñó en recuperar su obra y su persona, e incluso sus restos, extraviados durante un siglo. Estapé se topó con la anomalía de que solo quedaran cuatro copias en Barcelona de la Teoría General de la Urbanización de Cerdà. No es raro: el arquitecto Josep Puig i Cadafalch, uno de sus detractores principales, pagaba a libreros con la orden de adquirir todo lo que publicara el ingeniero para quemarlo a continuación. No fue su único hater significado: el arquitecto Lluís Domènech i Montaner advirtió de que el ancho de las calles del Eixample provocaría corrientes de aire peligrosas para la salud y, en protesta, dispuso los pabellones del Hospital de Sant Pau en sentido contrario al que Cerdà dio a sus calles.
Heredero inesperado
Nacido el 23 de diciembre de 1815 en el Mas Cerdà de Centelles, que su familia poseía desde el siglo XIV y que sus hijas vendieron al arruinarse, Cerdà fue el tercer hermano varón de una familia acomodada. La muerte de su padre y de sus dos hermanos mayores le convirtió en el hereu. Ya no tenía que trabajar para vivir. En Madrid, estudió en la Escuela de Caminos Canales y Puertos. Estapé subraya en sus memorias que era una carrera elitista: al licenciarse, los alumnos se convertían automáticamente en funcionarios del Estado. Eran promociones de 10 personas por año, con lo que se conocían bien. Lo que explica el apoyo que obtuvo para su proyecto del Eixample, que contaba con la aprobación provisional del Gobierno cuando Barcelona pidió abrirse a más posibilidades convocando un proyecto.
Cuenta el ingeniero de Caminos y doctor en Urbanismo Francesc Magrinyà, comisario de dos exposiciones sobre Cerdà, que la polémica eternizada es falsa. Que el Gobierno central tenía la competencia sobre la obra. Y que el concurso se aceptó para contentar al ayuntamiento. Y sostiene, contra el tópico extendido, que
Cerdà, liberal, era el progreso, y los que rechazaron su plan, la reacción. Hay que recordar, por cierto, que
Cerdà proclamó la República catalana –más federal que separatista– en 1873, como presidente en funciones de la Diputación de Barcelona.